Web-Blog

Epistemología



Rodolfo-J. Rodríguez R.

rodolfojrr@gmail.com

about.me/rodolfojrr

San José, Costa Rica,

América Central




 


Calendario

     Septiembre 2007  >>
LMMiJVSD
          1 2
3 4 5 6 7 8 9
10 11 12 13 14 15 16
17 18 19 20 21 22 23
24 25 26 27 28 29 30

Subscripción

Sindicación

Ciencias y tecnologías económicas

Latindex

Programas de investigación filosófica

18 de Septiembre, 2007

Las ciencias cognoscitivas

Por Episteme - 18 de Septiembre, 2007, 14:52, Categoría: Cognoscitivismo

Las ciencias cognoscitivas

en el análisis de Fracisco Varela

Adán Salinas Araya.

Para Francisco Varela, las ciencias cognitivas son el "nombre, con el que hoy designamos el análisis científico moderno del conocimiento, en todas sus dimensiones, es un campo multidisciplinario aun no bien definido".[i]

F. Varela, afirma que en Occidente no se ha escrito la historia natural del conocimiento de sí-mismo, pero sí han habido precursores de las ciencias cognitivas, se refiere a todos aquellos, que se han dedicado al estudio y especulación de la mente humana, como fuente primordial y ejemplo de la cognición y el conocimiento.

La mutación, que tiene apenas treinta o cuarenta años, al igual que como lo hizo en su tiempo el programa darwiniano, ha provocado que el conocimiento sea ligado con una tecnología, capaz de producir cambios sociales, incluso sobre las mismas causas que en nuestra sociedad le han dado surgimiento. Cabe señalar, como una de las expresiones más tangibles de este cambio, el fenómeno cada vez más desarrollado de  "la inteligencia artificial". Con ello, la sociedad va produciendo una exploración científica de la mente, que hace que las sociedades puedan verse a sí mismas. ¿Seremos capaces hoy de imaginar nuestras sociedades sin una pantalla que nos esté informando y comunicando, sin satélites que nos conecten, sin Internet ni correo electrónico, sin robots que nos faciliten la producción, sin calculadoras, sin tarjetas magnéticas? Al ver todas estas características nos reconocemos como un momento distinto de la historia de la humanidad, con cambios y avances vertiginosos y fascinantes, pero que, a la vez, nos sumergen en una pregunta límite: ¿Hasta donde llegará el desarrollo de la capacidad humana, de la mente y su ingenio? Al reconocernos como una etapa distinta de la sociedad, nos damos cuenta que todos los avances se guían por un modelo o prototipo: la mente humana, la conciencia, las habilidades sensorio-motrices, el habla comunicacional del hombre. Otear el horizonte del mundo es mirar al hombre y su sombra, cada giro del planeta, en su traslación y rotación, es al mismo tiempo el hombre que avanza y el hombre que queda atrás.

Consecuentemente, hoy somos capaces de cuestionarnos sobre cómo se constituye la mente y, si se le puede o no manipular para fines de diversa aplicación. Y, lo que antes era una cuestión espontánea en la comprensión de la mente, hoy es un esfuerzo, por lograr una comprensión de la mente a través de la ciencia considerando su emergente y constante estado de  transformación.

Cabe destacar, que por primera vez la comunidad científica internacional, ha reconocido las investigaciones del conocimiento mismo como legítimas, rebasando los límites impuestos por ella, dejando cabida, por ejemplo, a estudios interdisciplinarios con áreas de investigación no antes exploradas, como la fenomenología, la neurobiología, la lingüística.

Este cambio, ha llevado al conocimiento a involucrarse con otro fenómeno moderno: la tecnología. Ambos, conocimiento y tecnología han sido capaces de transformar las prácticas sociales. Un ejemplo tangible en nuestra experiencia, por el uso de la computación e Internet, que nos permiten compartir conocimientos, de las más diversas índoles y superando las barreras disciplinares.

Hoy, nuestra sociedad es capaz de hacerse preguntas tales como: "¿Es la mente una manipulación de símbolos? ¿Puede una máquina comprender el lenguaje?"[ii] ¿Serán capaces las máquinas de realizar tareas sólo privativas del hombre, e incluso realizarlas de mejor manera?

Nuestra era, lentamente ha ido superando el reduccionismo y dogmatismo científico que gobierna la legitimación de las teorías. La verdad absoluta, la búsqueda de una realidad objetiva se ha debilitado y ha surgido una nueva forma de validación y reconocimiento, más cercano a la intersubjetividad teórica. Hoy en día, diferentes disciplinas pueden estudiar un mismo fenómeno, desde diversos intereses y perspectivas, llegando no siempre a las mismas conclusiones; esto ha enriquecido el debate y la investigación, ampliando las posibilidades para describir un fenómeno, dando cabida a una colaboración abierta, para enfrentar la dinámica de los cambios y que van desde la "teoría de la relatividad (Einstein) al desarrollo de la mecánica cuántica y cómo minaron sus principios; también pusieron en tela de juicio, la posibilidad de la percepción objetiva pura"[iii].  No obstante, las ciencias cognitivas aparecen como un "mosaico" de perspectivas compatibles en mayor o menor grado referidas a un mismo dominio. Pero, aún las ciencias están atravesadas por ciertas "corrientes de poder", que manejan la legitimación de teorías. Nos dice Jeremy Hayward: "Cualquier hecho sugerido por la observación que vaya contra las teorías imperantes tiende a ser descartado"[iv].

F. Varela busca abrir espacio para un cúmulo de reflexiones e investigaciones, todas ellas novedosas y con argumentos potentes, pero que no provienen desde el centro hegemónico de las ciencias, que pueden tender sendas a nuevas posibilidades de mirar al hombre y al mundo. Él mismo se confiesa como un "inveterado amante de la heterodoxia"[v]; sin embargo, siempre un científico y un investigador con serias intenciones.

Breve reseña de Las Ciencias y Tecnologías de la Cognición (CTC).

Las Ciencias y Tecnologías Cognitivas, o "CTC" como las llama F. Varela, son un híbrido de diversas disciplinas interrelacionadas y donde cada cual, aporta sus intereses y preocupaciones propias.

Las ciencias cognitivas, como muchas otras, poseen una parte "formal", "pura" o "dura" y otra "aplicada". Los diferentes intereses estudiados, no se quedan en la teorización, que permite ayudarnos a conocer la realidad de la mente y su funcionamiento, sino que, se concreta en distintos tipos de aplicaciones. Sin duda, las más notables aplicaciones se han hecho en el ámbito de la Inteligencia Artificial, pero éste, no es el único campo ni de investigación ni de acción. De esta manera, preocupaciones que ayer eran meramente formales o teóricas, hoy las vemos en aplicaciones muy patentes en nuestro mundo actual. Veamos el siguiente ejemplo:

 Áreas de Investigación:              Ciencias aplicadas y Tecnologías:

 

Percepción                                     Reconocimiento de imágenes.

 

Lenguaje                                         Comprensión del lenguaje.

 

Inferencia.                                       Sistemas de programas.

 

Acción                                              Robótica.

En el anterior ejemplo, podemos apreciar cómo diferentes preocupaciones de diversas áreas de saber e investigación han desembocado en la búsqueda de aplicaciones manifiestas, en especial en los modernos ordenadores o computadores, que tienen como función reconocer y crear imágenes, comprender un código de pleno uso computacional (lenguaje), con reglas lógicas ordenadoras (programas computacionales) y con aplicaciones de trabajo y acción productiva, concretizadas en diversos prototipos de robots tanto para uso industrial, doméstico, espacial, entre otros.


Etapas sucesivas de las ciencias y tecnologías de la cognición.

Estas Ciencias y Tecnologías de la Cognición tienen un natural desarrollo, que se ha dado de forma paulatina. Nuestro autor guía reconoce, por lo menos, cuatro fases o etapas, que él considera como capas superpuestas: 

1ª Fase: Los años Fundacionales. 1940 – 1953.

2ª Fase: Los Símbolos: El Paradigma Cognitivista.

3ª Fase: La Emergencia: Una alternativa ante la manipulación de símbolos.

4ª Fase:La enacción: Una alternativa ante la Representación.

Este abordaje en Cuatro Etapas reconoce la base de algo que ya esta establecido como un "paradigma"[vi]. Este paradigma, según F. Varela, se ha perfilado claramente en las dos primeras etapas de las CTC y ha allanado el camino a nuevas perspectivas emergentes, propias de la tercera y cuarta etapa.

Para conocer más detalladamente el desarrollo histórico y teórico de cada una de las fases, a continuación, trataremos en breves enunciados a cada una de ellas, destacando los elementos relevantes y los acentos puestos en cada caso.

Primera Fase: Los Años Fundacionales. 1940 – 1956.

Los "Padres fundadores", como los llama el autor, tenían muy claro que sus investigaciones conducirían a una nueva ciencia y la bautizaron con el nombre de "Epistemología"[vii].

F. Varela también llama a este periodo la  "Fase Cibernética"[viii]. La Principal intención de este movimiento, era crear una "ciencia de la mente", dedicada al estudio de los fenómenos mentales, los que con anterioridad, sólo habían sido estudiados por filósofos y psicólogos. Estos investigadores "cibernéticos"[ix], buscaban expresar estos fenómenos de la mente, en mecanismos explícitos y formalismos matemáticos.

Dos de los exponentes más destacados de la etapa, cibernética, son Warren Mc Culloch y Walter Pitts. Ellos aseguraban, que la lógica era una disciplina que podía ayudar a comprender, tanto el cerebro como la actividad mental. Para ellos, el cerebro no era más que un "artilugio que corporiza principios lógicos en sus componentes o neuronas"[x]. Fue justamente bajo esta concepción, que se dio origen a lo que conocemos como "ordenadores digitales"[xi].

A esta etapa, también se la llama "epistemológica". Esta expresión es poco usada en la actualidad. Las ciencias cognitivas, en sus primeros años, estuvieron muy relacionadas con el esfuerzo de comprender el cómo y hasta dónde los seres vivos y, en especial, el hombre, conocían, es decir, con una teoría del conocimiento, aunque no exclusivamente filosófica. No es por casualidad, que en los años 40 serían varios los autores que utilizarían en diversos campos, el término epistemología; por ejemplo, Mc Culloch bautiza a su proyecto como "epistemología experimental"; Jean Piaget acuña la expresión "epistemología genética" y; Konrad Lorenz (zoólogo) comienza a hablar de "epistemología evolutiva". Sin duda, todos los ejemplos citados, a pesar de provenir de diferentes campos de la ciencia, compartían su interés por la forma o modo de conocer o interpretar la realidad.

Alrededor del año 1953, la mayoría de los cibernéticos se fueron distanciando o murieron.

Algunos de los principales resultados de esta primera fase son[xii]:

1.- El uso privilegiado de la lógica matemática, para comprender tanto el funcionamiento del sistema nervioso, como del razonamiento humano.

2.- Se inventan y crean máquinas de procesamiento de la información (los primeros operadores digitales), que van a constituir la base, de lo que hoy conocemos como Inteligencia Artificial.

3.- Instauración de una meta – disciplina, la teoría de los Sistemas, que ha influido en muchas áreas de la ciencia (Administración, biología, antropología, sociología, economía, y otras).

4.-  La "teoría de la información", como una teoría estadística de la señal y de los canales de comunicación, que constituye la base de muchas de las actuales tecnologías de la comunicación.

5.- la construcción y experimentación con los primeros ejemplos  de sistemas autoorganizativos y autónomos ( prototipos de robots)

Los aportes de esta primera fase de las CTC son muy amplios. Muchas de estas ideas hoy son parte habitual de nuestras vidas, pero antes de la década de los 40 no existían, no se habían pensado. Para los padres fundacionales, la mente humana era un mero mecanismo. En la década de los 50, se dará paso a una nueva perspectiva más desarrollada y que hasta nuestros días, es acogida por las corrientes más ortodoxas de la ciencia. Es así que se da paso al enfoque cognitivista.

Segunda Fase: Los Símbolos: La Hipótesis Cognitivista.

1956 fue el año de nacimiento de una nueva etapa de las ciencias cognitivas. Ese año se llevaron a cabo reuniones científicas en Cambridge y Darmouth, donde personajes como Herbert Simon, Noam Chomsky, Marvin Minsky o John McCarthy, afianzarían una serie de ideas que configurarían las líneas de investigación, reflexión y acción de las ciencias cognitivas. Es así como se da inicio al Cognitivismo[xiii]. La intuición central de este nuevo enfoque, es que "la inteligencia -la humana incluida- se asemeja tanto a la informática en sus características esenciales que la cognición se puede definir como computaciones de representaciones simbólicas"[xiv]. En esta etapa, la mente humana es equiparada a un computador u ordenador, es decir, una de las tesis, entre tantas, de la fase anterior es  reconocida en ésta como hipótesis central.

En esta Fase nuclear de las ciencias cognitivas, la Cognición[xv] es entendida como computación. Como ya citamos una computación es un proceso que se lleva a cabo mediante símbolos o elementos que "representan" aquello que designan o aquello a que se refieren.

Una idea central es la noción de "representación" o "intencionalidad", es decir, está referida a lo que se entiende generalmente en filosofía como algo "acerca de" algo o como una adecuatio rei ad cerebrum - adecuación de las cosas en el cerebro (sic) - o, incluso, adecuatio rei ad Máquina (sic), pensando en la visión que muchos cognitivistas tenían del cerebro: un sistema central.

Para los cognitivistas toda conducta inteligente supone la capacidad del agente o sujeto cognoscente para representarse el mundo, como si éste, el mundo, fuera ya de cierta manera. Esto nos hace pensar en un mundo dado y objetivo, del cual, el agente cognoscente, representa los rasgos fundamentales de la situación, o porción de mundo, en que se encuentra: "existe un mundo exterior que debemos conocer y la tarea del sistema nervioso es hacerlo mediante la aprehensión de sus características"[xvi]. Para este paradigma, mientras más precisa sea la representación de los rasgos relevantes de esa porción del mundo, mayor éxito alcanzará, siempre y cuando los rasgos representados no cambien en la realidad. Esta visión es continuadora de enfoques adaptacionistas, ya presentes en la teoría evolutiva y en la de selección natural.

En segundo lugar, el cognitivismo afirma que la manera unívoca de explicar tanto la inteligencia como la intencionalidad, se logra impulsando una hipótesis donde la cognición es entendida como acción "a partir de representaciones que se realizan físicamente en forma de un código simbólico dentro del cerebro o de una máquina"[xvii].

Para el cognitivismo, la computación humana es simbólica, esto da entender que los símbolos son elementos físicos, pero a la vez semánticos. Toda computación de símbolos se encaja y se rige por la carga de significados o de valores semánticos que poseen estos símbolos. Esto explicaría una necesaria correlación existente entre los estados intencionales o representacionales (creencias deseos, intenciones...) y los cambios físicos que se dan en la conducta del agente. Dicho de otra forma, esto explicaría la causa de la conducta humana a partir de la representación e interpretación de símbolos rescatados del mundo objetivo. En el caso de ciertos computadores, sólo se observa una operación sobre la base física de los símbolos que computa, no se reconoce en ellos conducta. Sin embargo, cada programa puede ser perfilado de tal forma que pueda reconocer y leer la distinción semántica del lenguaje computacional utilizado, es decir, reconozca los códigos y los decodifique. "Para un ordenador, la sintaxis es reflejo o paralelo de la semántica"[xviii]. Si la conducta y la inteligencia en los humanos se entienden gracias al significado o intencionalidad con que se representa o computa, para el computador el orden y contexto de los símbolos produce ciertos tipos de computaciones presentes en ciertos programas.

La hipótesis cognitivista, por tanto, es "que los ordenadores brindan un modelo mecánico del pensamiento,... el pensamiento consiste en computaciones simbólicas y físicas. Las ciencias cognitivas se transforman en el estudio de esos sistemas simbólicos cognitivos y físicos"[xix].

Hay que tener en cuenta, que si bien los símbolos se computan a nivel físico, esto no quiere decir que la cabeza o el cerebro del hombre este lleno de pequeños elementos físico-espaciales, no hay "simbolitos" moviéndose de un lugar a otro. La actividad cerebral puede ser descrita por un encefalograma pero no por una radiografía que nos muestre componentes físicos como letras, paisajes, ideas o deseos.

Para F. Varela el programa cognitivista se puede sintetizar de la siguiente forma:

"1.- PREGUNTA: ¿Qué es la Cognición?

      RESPUESTA: Procesamiento de la información como computación simbólica, es decir, manipulación de símbolos basadas en reglas.

2.- PREGUNTA: ¿Cómo funciona?

     RESPUESTA: A través de cualquier dispositivo que pueda soportar y manipular elementos funcionales discretos: los símbolos. El sistema interactúa sólo con la forma de los símbolos(sus atributos físicos), no su significado.

3.- PREGUNTA: ¿Cómo sé cuando un sistema cognitivo funciona adecuadamente?

 RESPUESTA: Cuando los símbolos representan adecuadamente algún aspecto del mundo real y el procesamiento de información conduce a una adecuada solución del problema presentado al sistema"[xx]

Por lo tanto, para el cognitivista el mundo existe como algo exterior al individuo que lo representa a partir de símbolos. Lo que se quiere lograr, es averiguar como esta configuración interna del hombre, que llamamos mente, representa y procesa la información, para luego dar respuestas adecuadas y eficientes en el medio externo. No obstante, se reconoce que si bien el cerebro puede ser comparado a un operador digital (computador), el sistema cognitivo o mental del hombre es mucho más intrincado y complejo que un sistema computacional o programa.

El enfoque cognitivista recoge como su interpretación más literal a la Inteligencia Artificial, ya que se presupone, que en el estudio de la cognición es imposible separar ciencia de tecnología, ya que de esta unión, necesariamente, surgen efectos que influyen directamente a la sociedad o el público en general. La actividad mental y sus representaciones, junto con sus creencias, deseos e intenciones, dan sustento a los artilugios o sistemas cognitivos artificiales.

El cerebro es visto por los cognitivistas como un perfecto procesador de información que reacciona selectivamente ante ciertas características ambientales. Esta mirada, en particular,  ha influido, prácticamente a toda la neurobiología, la que da por sentado estos juicios. Un ejemplo muy gráfico de esta visión se da en la teoría de la "célula abuela" de H. Barlow donde los conceptos se corresponden con las percepciones, que a la vez están asociadas a ciertas neuronas específicas[xxi].

De esta forma, el enfoque cognitivista pasaría a ocupar el lugar privilegiado en la ortodoxia de las ciencias cognitivas, en especial, en la psicología cognitiva, la lingüística y la neurobiología. Pero con el tiempo, pasados veinticinco años de hegemonía, salen al tapete nuevas formas de explicar los fenómenos mentales.

Tercera Fase: La Emergencia: Una alternativa ante la manipulación de símbolos.

En esta etapa el tema central será la noción de "propiedades emergentes" y nace como una superación del enfoque anterior donde predominaba la manipulación de símbolos. Ya, desde los años fundacionales de las ciencias cognitivas, hubo controversias sobre si existía o no en los cerebros alguna norma o procesador lógico central o si su información se encontraba o no localizada y almacenada en direcciones o lugares precisos. En 1949, Donald Hebb "sugería que el aprendizaje se podía basar en cambios cerebrales que surgen del grado de actividad correlativa entre neuronas"[xxii] , dicho en otras palabras, los cerebros operarían sobre la base de interconexiones masivas, de forma distribuida, donde la misma conectividad cambiaría según la experiencia. De esta manera, la conectividad del sistema sería inseparable de su historia de transformación y estaría directamente relacionada con la clase de tarea definida para el sistema. A esta manera de ver estos problemas se le llamó "conexionismo" o neo-conexionismo. La estrategia conexionista, en vez de partir de reglas o descripciones simbólicas abstractas, parte de una trama de componentes (al parecer) absurdos, no inteligentes o sin sentido; que, interconectados apropiadamente, alcanzarían importantes propiedades a nivel global. Para entender de mejor manera, hay que precisar que elementos simples se conectan dinámicamente, cada componente actuaría en su ámbito local. El sistema se constituye como una red de neuronas interconectadas, de donde emergería una cooperación global en forma espontánea. Este paso de lo local a lo global es lo que se conoció en la era cibernética como "autoorganización" y que se le denomina actualmente "propiedades emergentes o globales", "dinámicas de red", "redes no lineales", "sistemas complejos", "teoría del caos" o, incluso, "sinergia".

Desde la década de 1970, hubo un creciente renacer de estas ideas. Lo que motivo el dar un nuevo vistazo al conexionismo o autoorganización, fue la existencia de dos deficiencias del cognitivismo o Representacionismo:

1)      El procesamiento de información simbólica se basa en reglas secuenciales, aplicadas una a la vez. Pero, ¿Qué pasa cuando una tarea requiere una gran cantidad de operaciones secuenciales a la vez?

2)      El procesamiento simbólico está localizado y, la pérdida o mal funcionamiento de uno de sus componentes, es decir, cualquier parte de los símbolos o del sistema, conlleva a una falla o daño grave a nivel global; mientras, al contrario, las operaciones distribuidas aseguran una relativa equipotencialidad e inmunidad que suplirían cualquier mutilación o falla de uno de los elementos conectados en red.

Si bien, no se puede hablar de una teoría formal unificada de la Emergencia, al contrario, existen variados puntos de vista acerca de qué es la ciencia cognitiva y cuál es su futuro, podemos mencionar ciertos principios básicos:

"1.- PREGUNTA: ¿Qué es la Cognición?

RESPUESTA: La emergencia de estados globales en una red de componentes simples.

2.- PREGUNTA: ¿Cómo funciona?

RESPUESTA: A través de reglas locales que rigen las operaciones individuales y, de reglas de cambio que rigen la conexión entre los elementos.

3.- PREGUNTA: ¿Cómo sé cuando un sistema cognitivo funciona adecuadamente?

RESPUESTA: Cuando vemos que las propiedades emergentes (y la estructura resultante) se corresponden con una aptitud cognitiva específica: una solución adecuada para la tarea requerida"[xxiii].

Este nuevo enfoque provocó una nueva manera de concebir el cerebro, el cual necesariamente operaría bajo propiedades emergentes y, las neuronas operarían como miembros de una serie de conjuntos que aparecen y desaparecen repetidas veces. Cada neurona tendría una determinada y distinta respuesta según cada contexto y conexión. Por lo cual, el cerebro ya no sería un sistema central unificado de procesos informativos sino, más bien, un sistema altamente cooperativo, desde lo local a lo global y de lo global a lo local; entre el sistema y los subsistemas; entre los subsistemas y los elementos locales. El sistema en conjunto cobraría coherencia, a pesar de que sus componentes por separado no la tengan. Una neurona tendría muy poca importancia y funcionalidad si se la toma por separado o aisladamente. Esto da la base de variadas capacidades cognoscitivas que emergerían de una labor conjunta de diversos elementos y no de uno en particular.

Estas conclusiones han tenido variadas consecuencias en diversas áreas de investigación y estudio. Es así que podemos encontrar modelos emergentes o autoorganizativos en la física, en las matemáticas no lineales, en la inteligencia artificial, en inmunología, en genética, en psicología experimental, en economía y sociología.

Cuarta fase: El Enfoque Enactivo: Una alternativa a la representación.

Hasta el momento, hemos conocido la vida de F. Varela y como se acercó al estudio de la mente, es decir, a las ciencias cognitivas. Luego, hemos conocido cuales han sido las etapas de desarrollo de estas ciencias, pero nos falta reconocer su última y más reciente fase, el enfoque enactivo, en el que F. Varela aporta de forma significativa, ejerciendo una importante influencia hasta hoy.

Las diferentes fases del desarrollo de las ciencias cognitivas, paulatinamente, han dado lugar a una tendencia que avanza cada vez más hacia la temporalidad de la cognición como historia vivida, y se aleja de aquella actitud objetivista/subjetivista que predomina en la ciencia occidental moderna. F. Varela, comprometido en esta tarea, nos ayuda a comprender que, hasta hoy, al intentar definir lo qué es la cognición ha existido una falta de sentido común. Para F. Varela, la cognición ya no puede ser identificada con una representación de un mundo externo, sino que debe transformarse en una "acción corporeizada" inextricablemente ligada a historias vividas.

Hasta el momento, la cognición ha sido vista como representación y su principal función consistía en "resolver problemas". Pero para F. Varela, el éxito de cualquier actividad depende necesariamente de habilidades motrices adquiridas y del uso continuo del sentido común o "know how", ya que, se trata de una especie de "disposición" o "conocimiento práctico" que se basa en la acumulación de experiencia adquirida en un gran número de casos. El know how contextual se transforma así en la esencia misma de la cognición creativa. La fuente filosófica hacia el sentido común, la encontramos en filósofos europeos, especialmente en la escuela hermenéutica, y se desprende de la obra temprana de M. Heidegger y también de H. Gadamer, M. Foucault o M. Merleau-Ponty. La hermenéutica, que en principio nace como una forma de interpretar textos antiguos, "denota  todo el fenómeno de la interpretación, entendida como "enactuar" o "hacer emerger" el sentido a partir de un trasfondo de comprensión"[xxiv] La mayor capacidad de la cognición viviente consiste en gran medida en plantear las cuestiones relevantes que van surgiendo en cada momento de nuestra vida y que no son predefinidas sino enactuadas: se las hace emerger desde un trasfondo, ya que, el conocimiento se relaciona con el hecho de estar en un mundo que resulta inseparable de nuestro cuerpo, nuestro lenguaje y nuestra historia social, es decir, de nuestra "corporización"[xxv]

Las ciencias cognitivas, entonces, asumen este desafío: cuestionar el supuesto que el mundo es independiente del conocedor. Al contrario, "conocedor y conocido, la mente y el mundo se relacionan mediante una especificación mutua o un coorigen dependiente"[xxvi], es decir, surgen o emergen conjuntamente. De ahí que, no podamos ponerlos en ninguno de los dos polos (¿Qué es primero el huevo o la gallina?"):

Por un lado, el objetivismo representacionista (Postura de la gallina) que  propone que el mundo está afuera de nosotros y tiene leyes fijas, precede a la imagen que nos hacemos de él y que proyecta sobre nuestro sistema cognitivo, el cual captura y representa mediante símbolos.

Por otro lado, el subjetivismo solipsista, conexionista o constructivista (Postura del huevo) que plantea que es el sistema cognitivo o el propio organismo, y la solidez de sus propias leyes internas, quien crea o construye su propio mundo.

El enfoque enactivo propone una vía intermedia: "nuestra intención es sortear esta geografía lógica de "interno-externo" estudiando la cognición ni como recuperación ni como proyección, sino como acción corporeizada"[xxvii]. "Acción corporeizada" quiere decir dos cosas:

(1)"la  cognición depende de las experiencias originadas en la postura de un cuerpo con diversas aptitudes sensorio-motrices:

(2) estas aptitudes sensorio-motrices están encastradas en un contexto biológico, psicológico y cultural más amplio"[xxviii].

Por lo tanto, lo biológico y la experiencia vivida son inseparables. Nuestro cuerpo es a la vez un organismo vivo y ser que vivencia. Al mismo tiempo, el ambiente (Unwelt) emerge  a través de la puesta en acto del ser del organismo y, a la vez, el organismo vive porque el ambiente se lo permite -el organismo configura o inicia el medio ambiente pero a la vez es modelado por él. Para el enfoque enactivo, las personas, los objetos, el mundo, no se ven por medio de la extracción de rasgos posibles de representar o simbolizar, sino que son enactuados e interactuamos con ellos mediante la guía sensorial de la acción, esto constituye la historia de nuestro acoplamiento estructural donde conocedor y conocido se codeterminan y se constituyen recíprocamente. En consecuencia, la cognición deja de ser un dispositivo que resuelve problemas mediante representaciones, para hacer emerger un mundo donde el único requisito es que la acción sea efectiva: por lo tanto, podemos responder a las mismas preguntas de las fases anteriores con las siguientes respuestas:

"PREGUNTA N° 1:  ¿Qué es la cognición?

RESPUESTA: Acción efectiva: historia del acontecimiento estructural que enactúa (hace emerger) un mundo.

PREGUNTA N° 2: ¿Cómo funciona?

RESPUESTA: A través de una red de elementos interconectados capaces de cambios estructurales durante una historia ininterrumpida.

PREGUNTA N° 3: ¿Cómo saber que un sistema cognitivo funciona adecuadamente?

RESPUESTA: Cuando se transforma en parte de un mundo de significación preexistente (como lo hacen los vástagos de toda especie), o configura uno nuevo (como ocurre en la historia de la evolución)"[xxix].

Las representaciones han dejado de cumplir papel alguno, la inteligencia ya no desempeña la propiedad de resolver problemas y ha pasado a entenderse como la capacidad de ingresar en un mundo compartido.

 Las ciencias cognitivas y su investigación práctica se ven afectadas por el enfoque enactivo, no sólo la robótica y la inteligencia artificial, sino también la filosofía. Como veremos en el siguiente capítulo, también se abre una nueva perspectiva de comprender la experiencia ética.

En esta cuarta fase, que corresponde a las teorías de la enacción, encontramos las tres categorías básicas del pensamiento vareliano respecto del conocer y que son, al mismo tiempo, las categorías centrales de nuestro trabajo. Por tal razón, le dedicaremos un capítulo completo. Las categorías son: enacción, microidentidades y Micromundos. No obstante, resulta necesario dar un paso previo para entender mejor estas mismas nociones. El paso es detallar en forma general las tradiciones de Sabiduría que salen al paso de las Ciencias cognitivas; pues en tal encuentro aparece con más claridad la postura de F. Varela

Conclusiones.

Deben distinguirse, en la obra de Francisco Varela, dos momentos importantes. El primero, es en el que predomina la noción de autopoiesis. Esta etapa está marcada por el trabajo conjunto con H. Maturana. Se distingue por ser una teoría general de los seres vivos de corte mecanicista que plantea el concepto de máquina como noción básica para la definición de los seres vivos y propone la autoorganización como su característica fundamental. De tal concepción surge una teoría del conocimiento que F. Varela asumirá como primer postulado durante esta etapa y que servirá de base para su desarrollo posterior. Los textos claves de este momento son "De máquinas y seres Vivos", donde se encuentran los postulados básicos; y "El árbol del conocimiento", en el cual se elabora una teoría del conocimiento que deviene de los postulados básicos planteados en el texto anterior. También pertenecen a este primer momento algunos pasajes de "El fenómeno de la Vida", texto editado el año 2000 en retrospectiva del trabajo de 30 años y que incorpora escritos del momento de la autopoiesis y del enfoque enactivo.

El segundo momento, corresponde al enfoque enactivo. Hay que entenderlo en conexión con el momento anterior; pues profundiza la comprensión de los postulados biológicos allí desarrollados. El surgimiento de este segundo momento está mediado por los lazos teóricos y vivenciales que F. Varela asume con la fenomenología y el budismo. El concepto de máquina es reemplazado por el concepto de cuerpo, evolución que explicare mejor en clases posteriores. La teoría del conocimiento se transforma y deviene en postulados éticos y se comienza a forjar un método de trabajo que F. Varela menciona como ecología filosófica o neurofenomenología, dependiendo de ciertos matices. El resto de los textos mencionados corresponden a esta etapa. "Conocer" es un texto que trata los postulados básicos de la teoría del conocimiento, en diálogo con las diferentes posturas desarrollada al interior de las ciencias cognitivas. "Ética y Acción", "Habilidad ética" y "De cuerpo presente" tratan en más detalle los postulados éticos, aunque con el vicio editorial de la reproducción textual en muchos pasajes. Por último, están los textos que recopilan las conferencias "Mente y Vida" con el Dalai Lama, los cuales se dirigen a dar cuenta de la práctica de transformación del sujeto que F. Varela asumió privilegiadamente, es decir, el Budismo, y el modo en cómo lo entiende al contacto de las ciencias cognitivas. "El fenómeno de la Vida" tiene pasajes que corresponden al enfoque enactivo y otros, al momento de la autopoiesis. Una de las pistas para distinguirlos es la fecha de publicación original de los artículos; pero ellas no vienen indicadas en el texto. La segunda pista es la revisión de las notas al pie y la bibliografía ocupada para cada artículo; pero F. Varela al parecer ha revisado y ampliado dicho trabajo bibliográfico. De tal modo que, la única manera de distinguir entre ambos periodos es la temática de cada artículo; aunque eso requiere una cierta comprensión previa de ambos momentos.

Esta mirada general al desarrollo intelectual de F. Varela y la explicación de sus fuentes principales nos preparan para entender más acabadamente los conceptos de enacción, microidentidades y micromundos, que desarrollaré a continuación. Se trata del primer paso, según el propio camino que trazó Varela: Del conocer a la ética y a las prácticas concretas de transformación.

 

Notas:

[i] Varela, F. Conocer. Las Ciencias cognitivas: Tendencias y perspectivas. Cartografía de las ideas actuales. Ed. Gedisa Barcelona 1990.

[ii]. Varela, F.Conocer. Op. Cit. pág. 13.

[iii] Varela, F.; Hayward, J. Un puente para dos miradas. Conversaciones con el Dalai Lama sobre las Ciencias de la Mente. Dolmen Ediciones S.A. Santiago de Chile. 1997. pág. 28.

[iv] Ibid. pág 36.

[v] Varela, F. Conocer. Op. Cit p.

[vi] Un paradigma, según E. S. Kuhn es el modo habitual de referirse al conjunto coherente de ideas científicas que se aceptan como explicación de un "corpus" fenomenológico.

[vii] F. Varela utiliza el término "epistemología" más cercana a la connotación de origen anglosajona, este sentido del término se relaciona fuertemente con lo que solemos llamar "Teoría del Conocimiento", y no le da la connotación que se ha aplicado en Francia, donde se utiliza en estrecha relación con lo que entendemos por "historia y/o Filosofía de las Ciencias" Cf.: Varela, F.Conocer. Pág. 30.

[viii] Cf.: Rosh, Thompson y Varela, F. De cuerpo presente. (The Embodied Mind) Op cit. Pág. 62.

[ix]  El termino cibernéico proviene de la palabra de origen griego: "cibernetes", que significa el "arte del piloto", es decir, del que sabe conducir, del que gobierna. Actualmente se la entiende como la imitación, a través de las máquinas, de los sistemas de regulación de los seres vivos.

[x].: Rosh, Thompson y Varela, F. De cuerpo presente. Op. Cit Pág. 63.

[xi] "Un ordenador o computador es un artilugio físico (artefacto) construido de tal modo que un conjunto particular de sus cambios físicos se puede interpretar como computaciones. Una computación es una operación llevada a cabo sobre símbolos, es decir, sobre elementos que representan aquello a que aluden". Ibid. Pág. 32.

[xii] Cf.: Varela, F.Conocer. Op cit. p. 34 – 35. También en Rosh, Thompson y Varela, F.De cuerpo presente. Op cit p. 62.

[xiii] "A veces se describe el cognitivismo como el "paradigma simbólico" del "enfoque informático". Aquí ambas designaciones serán sinónimas" (Nota del autor) Rosh, Thompson y Varela, F. De cuerpo presente. Op. cit Pág. 32.

[xiv] Ibíd. Pág. 64.

[xv] Término que deriva del latín cognitio, -entablar conocimiento con- entendido generalmente como el proceso mental con el que se adquiere conocimiento, que supone, fundamentalmente, la percepción, el recuerdo, la imaginación, el concepto y la idea o pensamiento

[xvi]Varela, F.El fenómeno de la vida Op. cit. Pág. 155.

[xvii] Ibíd. Pág. 65.

[xviii] Ibíd. Pág. 65.

[xix] Ibíd. Pág. 66.

[xx] Ibíd. Pág. 67.

[xxi] Varela, F. cita la obra "Single Units and Sensation: A Neuron Doctrine for Perceptual Psycology" de H. Barlow, en especial las páginas 371-394. (Perception 1, 1972).

[xxii]Varela, F. et alts.. De cuerpo presente. Op. cit. Pág. 113.

[xxiii] Ibíd. Pág. 126.

[xxiv]Varela, F. De Cuerpo Presente. Op Cit. Pág. 176.

[xxv] Nuestro mundo, por lo tanto, no está en un "allá afuera", en una "realidad pre-dada", sino que se constituye, emerge de nuestra capacidad de comprensión arraigada a nuestra estructura de corporización. No nos representamos el mundo, sino que lo hacemos emerger. Nuestro conocimiento es el resultado de la interpretación que surge de esta capacidad que tenemos de comprender desde nuestra corporización biológica, pero que se experimenta, se vive, dentro de un dominio de acción consensual e historia cultural. Fenomenológicamente hablando, "tenemos un mundo", existimos con él y en él, porque somos en y con el mundo podemos tener una precomprensión que emerge de nuestra experiencia vivida. El significado nace de nuestra experiencia corporeizada y de las estructuras preconceptuales de nuestra sensibilidad. Percibimos, nos orientamos e interactuamos con los objetos, los acontecimientos y las personas. Pero estos modelos corporeizados no son intimistas ni solipsistas, es decir, en ningún caso se restringen a la persona que los experimenta. Interpretamos en una comunidad según modelos de sentimiento y modalidades culturales compartidas de experiencia que constituyen "nuestra" comprensión significativa y coherente de nuestro mundo. Cf. F. Varela. Ibíd. Pág. 177.

[xxvi] Ibíd. Pág. 178.

[xxvii] Ibíd. Pág. 202.

[xxviii] Ibíd. Pág. 203.

[xxix] Ibíd. Pág. 240.

Disponible en:

http://es.geocities.com/nayit8k/apuntes/maqu/cogn.doc

Permalink :: Comentar | Referencias (1)

El mito de la ciencia

Por Episteme - 18 de Septiembre, 2007, 13:46, Categoría: Filosofía de la ciencia

El Mito de la ciencia.

Miguel A. Quintanilla

No parece exagerado afirmar, por paradójico que resulte, que la ciencia es uno de los grandes mitos de nuestro tiempo. Nuestra sociedad rinde culto a la ciencia aunque no sabe muy bien (quizá porque no sabe muy bien) en qué consiste aquello que venera: el científico por su parte parece muy consciente de su propia ascendencia social y, en consecuencia, tiende a reforzar con signos externos la excelsitud de su tarea en vez de reforzarse (salvo raras excepciones) por salvar la distancia que existe entre la sociedad y él. Los mismos filósofos que pueden adoptar frente a la ciencia tanto una actitud de admiración e identificación como de crítica y "superación", se mantienen por lo general, en todo caso, dentro de la más estricta observancia del tabú: la ciencia no se pude tocar. Ante el fracaso de los últimos intentos de "reforma" filosofía de la ciencia, como el de Bergson, la actitud que predomina ahora entre quienes no quieren identificarse con (o "reducirse" a) el espíritu científico (generalmente con el propósito de salvar así el espiritualismo que ven amenazado por la ciencia) consiste a lo más en delimitar respetuosamente los campos y establecer pactos de no agresión renunciando de antemano a cualquier tipo de ingerencia en asuntos ajenos. Los filósofos más recalcitrantemente anticientíficos parecen así lanzados a una veloz carrera hacia la esquizofrenia intelectual, una especie de versión actualizada de la doctrina medieval de la doble verdad[1]. Y la comparación no es ociosa, puedes en último término se podría afirmar que nuestra sociedad es tan científica como la medieval pudo ser teológica: en ambos casos lo que predomina es una forma de pensamiento que ante todo y sobre todo resulta ser una dogma y un misterio. Apurando las cosas se podría afirmar, con cierto buen sentido, que la ciencia es una forma actual de la religión[2].

Ante esta situación pensamos que una de las tareas urgentes del filósofo crítico de la ilustración de nuestros días, es contribuir a disolver el mito de la ciencia.

Quien haya leído la última frase puede pensar que se encuentra ante algo así como el comienzo de un nuevo ataque de la filosofía contra la ciencia. Pero entiendase bien: nos proponemos  desmontar  la  mitificación de la ciencia,  no  la ciencia como tal.  Y  para  que  nuestra perspectiva que de clara desde el principio no tenemos inconveniente en declarar desde ahora que toda nuestra reflexión critica parte de un supuesto previo según el cual la ciencia es la forma mas desarrollada, compleja y apreciable del saber. Mas no se nos tache tampoco, por esta ultima declaración, de positivitas y cientificistas (positivismo, cientificismo) a ultranza, pues para nosotros la ecuación "saber = ciencia" no supone tanto la entronización cuando el derrocamiento de cualquier tipo de imperio absolutista ejercido por la sabiduría.

Como se vera en las paginas que siguen, la mitología de la ciencia que vamos a intentar desmontar tiene sus bases en una concepción positivista (es decir, entre otras cosas, cientificista y dogmática pero para nosotros la raíz de la mitificación no reside en el cientificismo positivista (ciencia = saber), sino en la actitud dogmática (saber = "sabiduría" o conocimiento absoluto, definitivo, etc.)[3]. A nivel de la filosofía de la ciencia este dogmatismo se localiza sobre todo en un dato que, de puro generalizado, normalmente apenas si se puede percibir: el hecho de que en cualquier discusión se de siempre por supuesto el contenido del concepto de ciencia. Para nosotros este concepto no es – o no es enteramente- algo dado de una vez por todas, sino precisamente algo que hay que construir (y reconstruir a cada paso de la historia). Su construcción será precisamente el objetivo fundamental de la filosofía de la ciencia. Para ello habrá que superar ciertas concepciones míticas (ideológicas) (ideología), ciertas imagines que, hoy por hoy, dificultan esta tarea De entre todas ellas centraremos nuestra atención en las que atribuyen a la ciencia alguna de las tres notas siguientes:

1.       la ciencia es infalible o al menos  absolutamente objetiva y progresiva;

2.       la ciencia es neutral;

3.       la ciencia es autónoma.


1.         La infalibilidad, la objetividad y el progreso de la ciencia 

Para una concepción positivista de la ciencia (para la concepción predominante en nuestra cultura) el conocimiento científico es un conocimiento seguro y su alcance es ilimitado. Lo más claro, sin embargo, de esta idea de la ciencia es un carácter mítico. Distinguiremos en este mito una formulación fuerte y una formulación débil.

La formulación  fuerte es la que se corresponde, estrictamente hablando, con el mito de la infalibilidad de la ciencia. Las ideas que componen este mito son las siguientes:

1)       La verdad científica es absoluta y definitiva: un enunciado realmente científico (que normalmente quiere decir comprobado), tiene un valor igual. Y muy semejante al de un enunciado del tipo "2 + 2 = 4"

2)       El conocimiento científico es un conocimiento total: lo que sea, por ejemplo, la inteligencia se agota en lo que la psicología científica me dice actualmente sobre ella.

3)        El conocimiento científico es el conocimiento seguro: las dudas no son asunto de la ciencia; cuando ésta ha logrado un descubrimiento o ha formulado una ley, esta ley se cumple siempre, aquel descubrimiento vale para siempre. Una consecuencia práctica  de  esta  concepción  es  la  que  hemos  elegido  para  dar nombre general a este conglomerado de ideas:

4)       Según ellas las predicciones científicas son infalibles: si la ciencia dice que en tales circunstancias sucederá tal cosa debe suceder; o si, por el contrario, queremos estar seguros de lo que sucederá en tal circunstancia, lo único que debemos hacer es preguntar a la ciencia.

Esta  mitología de la infalibilidad puede darse tanto en el ámbito de las ciencias naturales como en el de las ciencias sociales. En las ciencias sociales responden a una concepción de tipos clásicos, anclada en los tiempos en que se pensaba que la mecánica de Newton y la geometría de Euclides eran el sistema definitivo del mundo. Pero desde entonces acá se ha descubierto, entre otras cosas, que el sistema de Newton es falso y que la geometría de eclidea no es, desde el punto de vista lógico, mas de una de las muchas geometrías posibles, algunas de las cuales, no euclídeas, resulta que se prestan mejor que las de Euclides para representar ciertos niveles de mundo físico.

La aplicación del mito de la infalibilidad de las ciencias sociales era algo que venia exigido por el propio mito una ves que el ámbito de lo social se constituyo en centro de interés científico. La consecuencia más clara de esta transferencia la tenemos en los diversos intentos del siglo XIX. En primer lugar el proyecto positivista de una sociología

 (y un política o administración) científica. En segundo lugar la pretendida demostración de la necesidad del socialismo con bases en el titulo del famoso opúsculo de Engels Del socialismo utópico al socialismo científico. Paradójicamente hoy el mito de la infalibilidad

esta muy desprestigiado en las ciencias naturales, donde nació. Sin embargo, en las ciencias sociales se sigue manteniendo a veces de forma dogmática.    

La filosofía de nuestros días rara vez se defiende de forma explicita una epistemología que responda estrictamente a esta concepción mítica, solvo, si acaso, en aquellas filosofías que menos se han acercado al conocimiento científico en su concreta realidad. Sin embargo, dentro de las filosofías "científicas" se siguen cultivando concepciones muy próximas al mito de la infalibilidad. El verificacionismo (verificación )

del Circulo de Viena (si es que hoy hay alguien que siga defendiéndolo) podría entenderse de un sentido muy próximo al del mito.                      

 La epistemología que subyace al mito de la infalibilidad de la ciencia es inaceptable.

En primer lugar porque con ella se invalida prácticamente yoda la historia de la ciencia, es decir, porque esta en contradicción con un echo fundamental de tal historia: el hecho de que la ciencia evoluciona y de que en esta evolución hay múltiples errores, paso hacia atrás, cambio, modificaciones, etc. En segundo lugar, el carácter de certeza y seguridad que se atribuye al conocimiento científico es algo que hace referencia mas a una actitud psicológica (a una ilusión, en realidad) del sujeto (científico o filosofo) que a una nota intrínseca de la ciencia. Esta no tiene ningún medio para proporcionar un conocimiento cuya certeza este garantizada.

Quizá sea  k. Popper quien mas a contribuido en la actualidad a deshacer este mito de la infalibilidad de la ciencia De acuerdo con su teoría lo que caracteriza a la ciencia no es la infalibilidad, si no precisamente lo contrario: la falibilidad o, más estrictamente, la falsabilidad, es decir el echo de que la ciencia, a diferencia de lo que sucede en teología, astrología, etc., se indican siempre las condiciones en las que podría demostrarse que nuestro conocimiento es falso, que hemos cometido un error. Lo importante para la ciencia no es, en último término, acercar, sino intentar acertar afrontar sin miedo la posibilidad del error.Esta posibilidad se reconoce como un hecho en la historia de la ciencia, un hecho fructífero, pues de cada error salen nuevas enseñanzas que hacen progresar el conocimiento.

Pero precisamente en torno el falsacionismo de Popper se podría reconstruir lo que hemos llamado la formulación débil del mito de la infalibilidad o, más exactamente, su sustitución por el mito de la objetividad y el progreso absoluto del conocimiento científico.

En este nuevo mito, mucho mas vigente en la actualidad, se parte de que la ciencia es falible, de que la verdad científica no es absoluta, definitiva ni total, sino relativa, provisional y parcial, de que el conocimiento científico no es absolutamente cierto, sino, conjetural, ni las predicciones científicas son infalibles. Admitido esto, se entiende que subsisten sin embargo dos valores fundamentales en el conocimiento científico: la objetiva y el progreso. El intento fundamental de la epistemología falsacionista será precisamente hacer compatible estas creencias en la objetividad y el progresote la ciencia con la admisión inicial de la falibilidad, provisionalidad y relatividad del conocimiento científico.

Puede parecer exagerado que  califiquemos aquí de mito a la creencia en la objetividad y el progreso de la ciencia. Para evitar malentendidos hacemos una precisión: lo que consideramos mítico es la creencia en una objetividad absoluta y en un carácter absolutamente progresivo de la ciencia. En principio, por objetividad de la ciencia se entiende que los conocimientos científicos responden a la realidad. Por progreso se entienda que la ciencia en su evolución histórica conoce cada ves mas y mejor la realidad. Ahora bien, tanto la objetividad como el progreso científico se pueden entender en sentido absoluto o en sentido relativo. En sentido absoluto suponen que hay una sola objetividad posible y una sola línea de progreso. En sentido relativo se supone que la ciencia es objetiva en relación con ciertos parámetros o criterios de cierta objetividad, e igualmente que es progresiva en una determinada línea de evolución definida a su vez por criterios concretos.En este último se deja, pues, abierta la alternativa a otros parámetros de objetividad diferentes de los que la que ciencia sigue en un momento dado y a otros criterios de progreso diferentes de los que rigen a lo largo de su desarrollo.

Según el mito de la infalibilidad, la representación científica del mundo es absolutamente correcta, completa y definitiva. Según el mito de la objetividad la representación científica del mundo en un momento dado es falible, parcial y previsión, pero es la única presentación que puede corresponder con la realidad, es la única representación objetiva. Ahora bien, para justificar esta creencia se necesitara un criterio que nos permita saber cuando nuestras presentaciones son objetivas. En principio podría pensarse que este criterio es la práctica (o la verificación). Sin embargo, esta claro que la ciencia es una representación del mundo, no solamente un instrumento para su manipulación: las leyes y teorías pretenden describir el mundo tal y como es, no se limita solamente (como pretenden el instrumentalismo y el operacionalismo) a proporcionar reglas practicas para intervenir en este mundo (del tipo: "si quieres conseguir tal efecto, actúa de tal manera").Ahora bien, el criterio de la practica(o la verificación). Sin embargo, esta claro que la ciencia es una representación del mundo, no nos garantiza que la representación del mundo sobre la que nos basamos para actuar sea objetiva. Pondremos un ejemplo sacado de la parapsicología[4]: el fenómeno de las alusiones puede ser explicado por dos teorías, una que apela a los poderes diabólicos y otra que apela a factores psicológicos y neurofisiológicos. De ambas teorías se pueden derivar esquemas de verificación práctica. En el primer caso se puede demostrar como a través de un complejo sistema de invocaciones al diablo, siguiendo ritos determinados, pueden conseguirse efectos de alucinación en uno mismo o en los demás. Según la segunda teoría los mismos efectos se obtienen por técnicas de sugestión psicológica o simplemente mediante la administración de alucinógenos. Desde esta segunda teoría se puede además reinterpretar los resultados prácticos positivos que se apoyan en la teoría diabólica explicada como en los ritos que tal teoría exige realizar existen factores de sugestión o incluso utilización de alucinógenos. Pero también los partidarios de la teoría diabólica pueden reinterpretar los resultados de la verificación de la teoría neuropsicológica en términos de "poderes diabólicos" atribuidos al experimentador o a las sustancias alucinógenas utilizadas. Tenemos, pues, dos interpretaciones totalmente diferentes del mismo fenómeno con sus correspondientes verificaciones por la practica. Y sin embargo decimos que una teoría es objetiva, responde a la realidad, mientras la otra no ¿Qué base existe para hacer esta atribución?  

También podemos citar a Popper como el autor que, de forma más representativa, ha puesto en claro, casi sin pretenderlo, que la base de la objetividad científica no es otra que el consensos o el acuerdo de los científicos. Admiramos que tal es el único criterio posible de objetividad. Lo que nos interesa señalar es que precisamente tal criterio es de tipo sociológico e histórico, es decir, relativo. Que el mundo que describe la ciencia sea para nosotros el mundo real sólo quiere decir que tal descripción se aviene bien con nuestras creencias más firmes sobre cómo es el mundo. Sin duda este mundo "objetivo" será para una espiritista pura "fantasmagoría". Y con ello naturalmente no queremos decir que los mismos derechos tiene el mundo de los espiritistas a presentarse como un mundo objetivo, sino sólo recalcar la idea de que para nosotros en el mundo objetivo no existan demonios, ello sólo (¡y nada menos!) quiere decir que no somos espiritistas. Mantener entonces la objetividad de la ciencia como un valor absoluto es una pretensión excesiva. Y de malas consecuencias para la ciencia: cámbiese el ejemplo de la parapsicología por el del psicoanálisis y se vera en seguida como la defensa a ultranza de un criterio estrecho de objetividad científica (el que corresponde aproximadamente con el programa científico del conductismo) elimina del campo de la ciencia a un conjunto de teorías sobre las que lo menos que se puede decir es que hoy por hoy siguen ofreciendo un indudable interés como programa de investigación.

En general, podemos decir que el mito de la objetividad absoluta de la ciencia es una variante del dogmatismo implícito en la concepción de la infalibilidad. Supone que lo que es la evidencia establecida hasta el momento debe seguir siendo mantenido en el futuro, porque es la mejor representación posible de la realidad. Esta concepción conduce, pues, a una especie de conservadurismo científico que puede dificultar el desarrollo de la ciencia, especialmente los cambios revolucionarios en ésta y sobre todo aquellos cambios que suponen la instauración de una ciencia enteramente nueva.

            Si estamos dispuestos a admitir que la objetividad científica es relativa, podemos incluso aquilatar  mucho más nuestras condiciones de objetividad y sus límites. Especialmente en el sentido de dar cabida en la ciencia no sólo al acuerdo, sino al desacuerdo radical entre los científicos dentro de un campo mucho más amplio que le que define la llamada evidencia establecida en un momento dado. En concreto podemos contentarnos con unas condiciones de objetividad mucho más amplias, como por ejemplo, la coherencia de la ciencia con una concepción materialista (materialismo) que actuaría como soporte ontológico de la comprensión científica del mundo. Este requisito tiene la ventaja de ser suficientemente amplio y suficientemente crítico. Sobre una base común materialista se puede criticar en realidad casi toda la evidencia establecida hasta el momento. Y sin embargo también es lo suficientemente estricto como para que en su nombre podamos descalificar las posibles pretensiones d objetividad por parte de una parapsicología que hace invocaciones al diablo[5]. Finalmente, queda claro que el materialismo es una posición filosófica típica de una cultura determinada y que, por consiguiente, la objetividad científica que en él se justifica tiene ese carácter relativo (relativo a la cultura) del que hablamos. Pero para defender todo esto hay que discutir otro de los mitos actuales sobre la ciencia: el que se refiere a su neutralidad. Antes de pasar a él, digamos todavía algo sobre el progreso científico.

Para que haya progreso científico es preciso dar por supuesto que el conocimiento científico es objetivo. Pero la idea de progreso tiene un contenido más rico que la simple idea de objetividad. El conocimiento es objetivo si responde a la realidad, es progresivo si cada vez abarca más amplia y profundamente la realidad. Una idea (mítica) tan actual como la de la objetividad absoluta de la ciencia es la del carácter absolutamente progresivo de su desarrollo, que no significa, estrictamente hablando, que la ciencia no comenta nunca errores, sino más bien que, aun con sus errores, la ciencia siempre avanza en su tarea de representar el mundo de la manera más amplia y precisa. En otras palabras podría decirse que, como sucedía con la objetividad (considerada como la única posible), también aquí el mito del progreso absoluto de la ciencia significa implícitamente que la línea de desarrollo que ésta sigue en su evolución es la mejor posible, la que de manera más eficaz garantiza el aumento de nuestro conocimiento. Si la garantía de la objetividad era el mantenimiento de la evidencia establecida y el acuerdo de los científicos sobre la base de tal evidencia, la garantía del progreso de la ciencia será el hecho de que las teorías científicas amplíen cada vez más al ámbito de su aplicación y vigencia (o que las teorías tengan cada vez mayor contenido, sean más comprensivas, etc.).

Está claro, sin embargo, que el progreso científico no tiene carácter absoluto. No se puede negar, desde luego, que la historia de la ciencia presente un carácter progresivo; pero de lo que trata es de saber si la línea de progreso no podría haber ido (en futuro anterior la pregunta no tiene sentido, pero se puede trasladar al futuro simple: si no podrá ir en adelante) por otros derroteros más interesantes. Dicho con otras palabras: en el desarrollo de la ciencia, como en la praxis política, cada paso condiciona a los que van a dar después, y comprometerse por una línea de desarrollo (de investigación) científico es un riesgo de la misma naturaleza que el que se da al comprometerse en una acción política[6]: no hay garantías a priori de que tal línea o acción sea la mas adecuada (para el progreso intelectual o moral de la humanidad o, en otros términos, para la "aproximación a la verdad" o "al bien"). Por eso la acción política sólo puede legitimarse democráticamente (y por consiguiente relativamente: la democracia, en sociedades divididas en clases intereses opuestos, es a lo sumo una democracia "por parcelas"). Se necesitaría pues, igualmente, una especie de metodología democrática para la ciencia[7].

2.         El  mito de la neutralidad de la ciencia.          

 Que la ciencia es neutral es algo demasiado escuchado en nuestros días como para que nos detengamos ahora a justificar la elección de esta nota como característica de la mitificación actual de la ciencia. Trataremos pues únicamente de desnudarla un poco desplegando algunos de los aspectos que encierra.

La neutralidad de la ciencia se plantea en dos dimensiones que denominaremos antológica y axiológica. La neutralidad antológica se refiere a la independencia del conocimiento científico con respecto a toda cuestión metafísica o filosófica sustantiva. La neutralidad axiológica encuentra su versión más conocida y ramplona en la idea de que la ciencia no es ni buena ni mala, sino que todo depende de para qué se utilice: justamente como si la ciencia fuera un artefacto o quizá una fuerza natural a disposición del usuario por un módico precio. Componentes más refinados del mito de la neutralidad axiológica se encuentran en la idea, también muy extendida, de que las ciencias sociales no implican si suponen ni obligan a una determinada forma de acción, sino que simplemente se limitan a proporcionar medios técnicos para conseguir fines previamente dados.

Dentro de este complejo mito de la neutralidad podemos distinguir todavía diversas formulaciones. Nos contentaremos con dos que denominaremos radical y moderada. La formulación radical es también característica  de una concepción positiva. Se apoya en unos cuantos prejuicios sobre la naturaleza de la ciencia. Concretamente los siguientes:

a)       La ciencia se ocupa de hechos y sólo de hechos: las leyes que descubrenop son sino generalizaciones empíricas;

b)       Los hechos son independientes de las teorías e interpretaciones, es decir que sobre un mismo hecho o conjunto de hechos podemos dar en principio diversas interpretaciones teóricas, pero estas interpretaciones no afectan al dato fáctico que permanece así como piedra de toque, juez imparcial de todas las teorías;

c)       Entre hechos y valores o normas hay un hiato insalvable, en el doble sentido de que de los hechos no se pueden derivar normas si sirven para fundamentar valore, y en el sentido opuesto de que las valoraciones y las normas no pueden en modo alguno afectar a la objetividad de los datos fácticos sobre los que se apoya la ciencia.
                                                                                                  

Esta claro que sobre estos presupuestos queda ampliamente fundamentado el mito de
la neutralidad: las cuestiones ontológicas no son si no un caso extremo  y especial de las cuestiones de interpretación teórica, de manera que si se rechaza al "contaminación" teórica de la ciencia, con más razón se rechazara la ontológica.

Pero igualmente esta claro que esta versión radical del mito de la neutralidad de la ciencia es difícilmente sostenible en cuanto se pretende ser minimamente crítico y realista. Hay  en concreto dos principios que son casi axiomas de la actualidad filosofía de la ciencia y que exigen una inmediata revisión del ingenuo neutralismo al que acabamos de referirnos:

1)     No hay hechos sin teorías ni observaciones sin interpretaciones. 

2)     No hay ciencia sin normas y valores.

El primer principio está ampliamente apoyado no sólo por exigencias de la propia reflexión filosófica sobre la ciencia y su metodología, sino también por los propios resultados científicos de la psicología de la percepción y del pensamiento. De hecho el supuesto positivista (y su versión fenomenalista o empirista) de que hay hechos puros (o fenómenos o experiencias puros) se asienta sobre algunas falsas interpretaciones de datos psicológicos elementales como los de la percepción o el pensamiento. La psicología de la forma y la psicología evolutiva de J. Piaget han demostrado en la actualidad que las configuraciones perceptivas y conceptuales no son "puras", sino que en ellas intervienen inevitablemente las aportaciones del sujeto. Por otra parte, a nivel de la metodología de la ciencia, también ha sido Popper quien más ha insistido –hasta lograr generalizar su teoría- sobre la imposibilidad de constatar puros hechos independientemente de su marco teórico.

Paralelamente, a nivel axiológico, se ha puesto de manifiesto, en primer lugar, que la propia ciencia es un valor o un sistema de valores[8], en segundo lugar que la metodología científica es ante todo un sistema normativo, y ello no sólo en el sentido de que por su propia naturaleza de metodología está constituida por un conjunto de reglas o preceptos (que pretender ser realización de valores científicos como la verdad, la intersubjetividad del conocimiento, etc.), sino también en el sentido de que buena parte de las reglas del método científico (y de los valore de la ciencia) son estrictamente reglas y valores morales: por ejemplo la sinceridad de las declaraciones de los científicos en los intentos de refutar teorías[9].

Por último, y por lo que respecta a la ontología o "cuestiones últimas" también esta cada vez más claro que, de una forma u otra, en el lenguaje científico se asumen postulados de existencia de determinadas entidades e incluso que en buena parte de las discusiones teóricas, tanto a nivel de las ciencias formales (lógica y matemáticas) como de las empíricas, conducen en último término a tales cuestiones ontológicas[10]. Pero sobre todo se constata fácilmente que no sólo una determinada ontología puede ser necesaria para una ciencia, sino que la más especulativa de las metafísicas puede temer incluso un valor heurístico o genético para la ciencia[11].

Basándose en estas ultimas constataciones de puede construir una crítica del neutralismo radical, bastante contundente, aunque no deje de ser por ello una nueva forma, más moderada, de neutralismo que, sin embargo, nos sigue pareciendo mítica.

Por lo que se refiere a la neutralidad de la ciencia con respecto a la ontología, la metafísica o la filosofía, el neutralismo moderado pude llegar a admitir dos cosas:

1)    que la ciencia habla de la realidad, no sólo de las apariencias, y en este sentido supone la aceptación de la existencia de tal mundo real, supuesto que desde luego es ontológico o filosófico;

2)    que la metafísica tiene un valor de orientación e inspiración para la ciencia, en el sentido, por ejemplo, en que el atomismo filosófico puede ser un precedente de las modernas concepciones científicas atomistas. Pero, admitido esto, la línea de demarcación se impone después de forma tajante: a pesar de todas las familiaridades que pueden admitirse entre filosofía y ciencia, siempre quedará a salvo la neutralidad filosófica de ésta por el hecho simple de que la ciencia no podrá dirimir entre filosofías opuestas. Puede que una filosofía sea más adecuada que otra o más útil para la ciencia, puede suceder que de facto tal filosofía haya inspirado tales desarrollos en la historia de la ciencia, pero, desde un punto de vista lógico, cualquier filosofía es compatible con el conocimiento científico. Dicho de otra manera: aunque la ciencia implique un compromiso con la ontología, no implica ningún compromiso con esta o aquella ontología. Un enunciado científico supone siempre que "hay" algo tras los fenómenos, pero lo que sea ese algo no está determinado por el enunciado en cuestión ni por ningún otro que tenga estatuto científico: ese algo puede ser lo mismo el propio conjunto de los fenómenos (que quedan así como entidades últimas), que algún mundo de "noúmenos"a gusto del metafísico de turno. Otra forma de expresar lo mismo: aunque no hay discontinuidad entre hechos y teorías (a diferencia de lo que afirmaba el neutralismo radical o ingenuo), existe sin embargo todavía una discontinuidad entre teorías científicas y teorías filosóficas u ontológicas, reflejadas en el hecho de que mientras las relaciones entre teorías científicas y hechos son relaciones lógicas de implicación, las relaciones entre teorías científicas y filosóficas no lo son: una misma teoría científica puede ser compatible con diversas teorías filosóficas incompatibles entre si y viceversa, mientras que en la ciencia –al menos como ideal- una misma teoría científica no puede ser compatible con cualquier hecho ni a la inversa. De esta manera el neutralismo moderado termina en realidad por ser un neutralismo puro, aunque no tan grosero como el que veíamos anteriormente. Sus consecuencias por lo que respecta ala mitificación de la ciencia son, en cambio, similares. Por lo pronto la ciencia continuará siendo una especie de conocimiento "puro" de hechos, por más que estos hechos vengan ahora teñidos de ciertas connotaciones teóricas; en tales connotaciones habrá siempre un límite a partir del cual la inflación de teoría conducirá al abandono automático, y como por decreto, del campo de lo científico[12].

Por lo que respecta ala neutralidad axiológica, la versión moderna del mito se

Refugia, como último reducto inextricable, en le axioma de la llamada falacia naturalista: del hecho, en cualquier caso, no se puede pasar a la norma. De manera que, aunque se admita que para el desarrollo científico se necesita un cierto clima cultural y la vigencia de

un sistema de valores –entre los que habrá de contarse, por ejemplo, la libertad de expresión- , y aunque se admita también que la propia ciencia es un valor que puede servir

de modelo para otras prácticas sociales (propugnando la honestidad del científico, por ejemplo, o aun la pluralidad de opiniones, etc.)[13], sigue quedando en pie el axioma  fundamental del mito del neutralismo que afirma que los resultados de las ciencias son en

última instancia independientes de cualquier sistema de valores, o que los valores científicos son ante todo instrumentales: la ciencia proporciona medios valiosos para realizar fines que, sin embargo, pueden ser a su vez valiosos o no; la ciencia, en fin, aunque necesita un clima de libertad para desarrollarse, puede sin embargo ser utilizada para la opresión de la libertad… sin que esto sea una cuestión de su incumbencia.

En resumen, pues, la posición del neutralismo moderado podría formularse así: aunque existe una relación estrecha entre la ciencia y la filosofía, esta relación es heurística, no lógica, no afecta pues a la "esencia" de las ciencias; y aunque existe una relación entre la ciencia y los valores, esta relación es externa y unilateral: es posible que la investigación científica necesite apoyarse en un sistema determinado de valores y que, por lo tanto, en esta dirección –de los valores a la ciencia- la relación sea bastante estrecha; pero, en todo caso, en la dirección contraria sigue existiendo un hiato insalvable: la ciencia puede afectar derivadamente al sistema de valores de una sociedad pero en si misma y por si misma no crea valores: se mantiene siempre en el campo de lo que es y desde allí no puede nunca pasar a lo que debe ser. Pretender lo contrario sería incurrir en la falacia naturalista.

Ahora bien, aun en esta versión moderada y llena de matices, la pretendida neutralidad ontológica y axiológica de la ciencia nos sigue pareciendo un mito. Su planteamiento y defensa sólo es posible sobre la base de una consideración abstracta de la ciencia que deja a ésta reducida a su dimensión lingüística, e incluso al aspecto puramente sintáctico del lenguaje (sintaxis).

Desde el punto de vista sintáctico, en efecto, la ciencia aparece como un conjunto de enunciados que mantienen entre si determinadas relaciones lógicas (de deducibilidad) (deducción). Basta determinar un subconjunto de tal conjunto como punto de referencia básico por el que habrá que medirse todo enunciado que pretenda ser científico, para descartar ipso facto cualquier enunciado que no mantenga relaciones lógicas con el subconjunto de referencia (llámese este subconjunto el de los enunciados básicos, como en el caso de Popper, o el de los enunciados protocolares en Carnap o Neurath, o incluso el de las teorías más o menos vigentes en un momento dado). Pero basta situarse en un contexto más amplio (aun sin abandonar una caracterización lingüística de la ciencia) como es el de la semántica o la pragmática de un lenguaje para que las cosas se compliquen inmediatamente. A nivel semántico, en efecto, se plantea el problema del significado de los enunciados en cuestión y se descubre inmediatamente que tal significado no es independiente del resto de los enunciados posibles en un lenguaje dado[14], con lo cual parece que el "subconjunto de referencia" queda inmediatamente desdibujado y referido siempre a otros subconjuntos mas amplios, hasta abarcar enunciados metafísicos (e incluso, dentro de éstos, no simplemente declarativos, sino también    valorativos).     Entonces          la justificación de un determinado criterio de demarcación –de la prioridad concedida a una significación determinada de los enunciados científicos- se presenta como una cuestión pragmática y en último término irracionalizable dentro del ámbito de los enunciados en cuestión, una especie de decisión "política". Si abandonamos además el contexto más o menos estático en que hasta aquí hemos considerado el lenguaje científico y atendemos a los procesos de desarrollo de la ciencia (procesos que caracterizan a la ciencia tanto o más- que la propia estructura lógica de ésta) entonces podemos llegar incluso a detectar en que sentido una determinada ontología (no sólo la ontología en general) es precisa para el mantenimiento y el desenvolvimiento de la ciencia. Los trabajos de Bunge, por ejemplo, ponen de manifiesto la necesidad de una ontología no fenomenalista para salir del impasse que supone la interpretación de la mecánica cuántica propuesta por la escuela de Copenhague[15]. En ciencias que afectan más directamente al hombre, como son la biología, la psicología, o la sociología, la adopción de una metafísica pluralista (con diversos niveles integrantes de la realidad) frente a una metafísica monista, o bien de una metafísica materialista frente a una espiritualista (continuidad entre los niveles frente a discontinuidad insalvable al menos en algunos de ellos), es fundamental no sólo para que la ciencia se desarrolle, sino aun para que pueda iniciarse[16].

Finalmente, si ampliamos nuestro contexto más allá del lenguaje, a los aspectos institucionales, sociológicos, culturales de la ciencia y de su historia, entonces veremos cómo las ideas metafísicas, su proliferación, su mantenimiento y su crítica son momentos esenciales de la actividad científica, tal como han puesto de relieve entre otros Feyerabend y Kuhn.

En definitiva, pues, parece que hay que acabar no sólo con el hiato irreductible del positivismo entre hechos y teorías, sino también con el hiato del neutralismo moderado entre teorías científicas y filosóficas.

Otro tanto sucede por lo que respecta a la relación entre la ciencia y los valores. La falacia naturalista conserva todo su vigor en un nivel estrictamente sintáctico, y ello por definición de las reglas del lenguaje. A nivel semántico podría, sin embargo, discutirse si las significaciones de nuestros enunciados declarativos no están afectadas de alguna manera por valoraciones, y aún si nuestros valores no están de alguna manera apoyados por la significación que damos a nuestros anunciados declarativos[17]. A nivel pragmático el primer sentido de la relación está claramente expresado en la fórmula wittgensteiniana: el significado de un término (o una expresión) es su uso en el lenguaje. Suponiendo que los usos lingüísticos estén de alguna forma regulados por normas y dependan, por lo tanto, de valores, estos nos llevarán rápidamente a admitir que, en último término,   los significados dependen de los valores[18]. Con ello sin embargo la ciencia podría seguir siendo neutral para, aunque ya no fuera neutral de (seguiría siendo neutral en sus resultados, aunque no lo fuera en su génesis). Pero la neutralidad para nos sigue pareciendo mítica, aunque para desvelar su carácter mítico tengamos que abandonar el contexto lingüístico de la ciencia. En efecto, es a nivel de la realidad institucional de ésta donde puede ponerse más claramente de manifiesto su ingerencia en el campo de los valores, y ello no de una forma extrínseca sino, por decirlo así, "esencial".

Elegiremos, por ejemplo, el contexto de la contrastación de las teorías científicas, contexto que, aunque rebasa el ámbito estrictamente lingüístico, nadie se atrevería hoy a afirmar que rebasa los límites de lo esencial de la ciencia. En efecto, la contrastación de teorías es una parte integrante esencial del desarrollo y de la investigación científica. Pues bien, en la contrastación de teorías se produce un cierto paso del es al debe, de forma además inevitable. Esto puede quedar claro si revisamos brevemente el esquema de la lógica de la contrastación. Partamos para ello de la lógica de la explicación, la predicción científica, y la aplicación tecnológica de la ciencia.

La estructura de la explicación científica se puede reconstruir como un esquema deductivo. Los elementos que intervienen en él son, por una parte, el enunciado A que describe un acontecimiento que hay que explicar (explanandum), por otra parte la conjunción de los enunciados (o conjunto de enunciados) que explican tal acontecimiento (explanans), entre los cuales hay que contar como mínimo con la teoría T y un enunciado empírico C que describe las condiciones en que tiene lugar el acontecimiento que se trata de explicar:


 

           

La lógica de la predicción científica responde al mismo esquema, sólo que leído en diferente dirección: se parte de una teoría T y unas condiciones iniciales C y se predice la producción del acontecimiento A que era quizá hasta entonces desconocido (en la explicación se parte del conocimiento de A).

Finalmente, se suele presentar la aplicación tecnológica de la ciencia como otra variante del mismo esquema. Aquí el punto de partida es también el acontecimiento A (pero no como dato objetivo que se trata de conseguir) y la teoría T que proporciona un conocimiento relevante para la producción de A; la tecnología lo que hace es crear las condiciones C que a la luz de T sabemos que nos permitirá obtener A.

Pongamos tres casos. Un caso de explicación científica: A es el calentamiento de un gas en ciertas circunstancias; para explicarlo construiremos la teoría T (teoría cinética de los gases) que explicará el acontecimiento A como una consecuencia de la circunstancia C de que el gas en cuestión estaba sometido a fuertes presiones. Un caso de predicción científica: conocemos la teoría T (la misma que en el anterior) y constatamos la presencia de las condiciones C (un gas está sometido a elevadas presiones), inmediatamente predecimos A (el gas se calentará hasta tal o cual grado). Un caso de aplicación tecnológica: deseamos conseguir el objetivo A (calentar un gas), y conocemos la teoría T (la misma), construiremos entonces un aparato que nos permita comprimir el gas hasta el punto requerido según T, creando así las condiciones C para la producción de A[19].

Aceptemos provisionalmente como válida esta caracterización formal de la lógica de la explicación, la predicción y la aplicación de la ciencia. Constataremos que en le último caso, el de la aplicación tecnológica, se debería señalar en estricta justicia la presencia de un enunciado normativo:


 




"Constrúyase C" es desde luego un mandato, no una declaración, pero su fundamentación no reside sólo en T (puramente declarativo), sino en la conjunción de T y "A es deseable" siendo aquí ya este último un enunciado valorativo. Así pues, si esta es la lógica de la tecnología, en ella no se da un paso del es al debe. Pero veamos con lo que sucede con la contrastación.

 El esquema de la contrastación es, en cierto modo, intermedio entre el de la técnica y la explicación. El punto de partida, sin embargo, a diferencia de lo que sucede en la predicción (que también puede servir de contrastación, pero vamos a situarnos en el caso extremo) es solamente la teoría T y algunos presupuestos más generales de la ciencia que por ahora omitiremos:


 
 


A primera vista no parece existir un paso lógico de T a "constrúyase C" y A. Pero ninguna teoría se postula en la ciencia de forma estrictamente gratuita, sino, al menos, en función de un valor matacientífico formulable en términos de "es preciso contrastar T", y entonces el paso lógico es claro:


 

               


Aquí "constrúyase C" aparece como una norma que se deduce lógicamente de la conjunción de T y los dos enunciados matacientíficos. Ahora bien, desde el punto de vista lógico T y "es preciso contrastar T" son independientes; de ahí que pueda decirse que "constrúyase C" no se deriva lógicamente de T; sin embargo, desde el punto de vista de la realidad material de investigación científica T y "es preciso contrastar T" son inseparables, de lo contrario T no sería una teoría científica, sino por ejemplo una expresión poética, mística, etc. Por consiguiente –y como afirmamos antes- T es en la práctica inseparable de "constrúyase C", esto es, la ciencia no sólo depende de normas, sino que crea normas, y los valores científicos no solamente son previos y exteriores a la ciencia, sino también internos a ella y consecuencias de ella. En este sentido, pues, la ciencia, como realidad institucional, no es neutral: impone valores y dicta normas de acción. El caso paradigmático de esta característica podría ser el imperativo de realizar pruebas neutrales (con todas las implicaciones éticas, políticas, etcétera, que conlleva) como condición (al menos así se hace ver a la opinión pública) necesaria para el progreso de la ciencia.

 Antes de pasar a otro punto, unas notas complementarias de lo que acabamos de decir: la primera sobre la relación entre los compromisos ontológicos y axiológicos de la ciencia. Desde luego no son independientes, como tampoco lo son sus respectivas mitificaciones. Quizá uno de los motivos fundamentales para predicar la neutralidad de la ciencia resida en el deseo de no cargar con el fardo de valoraciones que lleva consigo la filosofía; y acabamos de ver como las implicaciones valorativas y normativas que lleva consigo la ciencia dependen de supuestos filosóficos valorativos (hay que contrastar T para saber si es verdadera o falsa, porque hay que conseguir la verdad) fácilmente relacionables con sus correspondientes supuestos ontológicos (el mundo es real) y epistemológicos (podemos conocerlo).

 La segunda sobre la objetividad, el progreso y la neutralidad de la ciencia. Se trata de mitos complementarios. En cierto modo la objetividad es a la neutralidad ontológica lo que el progreso es a la neutralidad axiológica. Si la objetividad es relativa, lo es precisamente porque la ciencia –y sus criterios de objetividad- no son independientes de la ontología (materialista, según postulábamos antes) y ésta es filosófica, no comprobable, no "objetiva". Si el proceso científico es relativo, lo es porque su estimación depende de un sistema de valores y el sistema de valores no es independiente del propio sistema a medir: no se pueden medir los progresos en la estatura de un niño utilizando como medida el tamaño de si propio brazo que va creciendo con él. Por último, el carácter político del desarrollo científico del que hablamos en el apartado anterior no sólo es previo y como exterior de tal desarrollo (en el sentido de la política de investigación científica del correspondiente "ministerio"), sino intrínseco y consecuencia del propio proceso a través del cual se crean valore y se justifican objetivos que se comprometen el desarrollo futuro no sólo científico, sino social en general.

La tercera sobre la contrastación y la técnica. Es fácil advertir las analogías. No se trata solamente de que la técnica puede servir de instrumento de contrastación a la ciencia, sino de que es un elemento indispensable de ésta o, por lo menos, de que ambas, ciencia y técnica, comparten como mínimo un elemento: la norma "constrúyase C" . La diferencia estriba en que si en la técnica "constrúyase C" depende de "A es deseable", en la ciencia depende de "es preciso contrastar T". Esto en términos bastante abstractos. En la práctica es muy posible que el "constrúyase C" de la técnica sea en realidad el punto de partida no sólo para la contrastación de T sino para su misma construcción, para comenzar, pues, el propio proceso de investigación. Si esto fuera así, la técnica no sería el instrumento de contrastación científica, una hija de la ciencia, sino en cierto modo su madre, al menos en determinadas condiciones y casos.

Una última observación sobre los valores y las normas en la ciencia. Nuestra opinión podría resumirse diciendo que, a diferencia del mito moderado de la neutralidad científica, la ciencia no solamente es un valor, sino que crea necesariamente valores; no solamente es una actividad regida por normas, sino que necesariamente genera normas de actuación y actuaciones. O en otros términos: la ciencia no sólo puede ser "aplicada" por la tecnología, sino que debe ser aplicada por la tecnología; no sólo es un instrumento que sirve para diversos fines, sino también un generador de fines y objetivos para la acción. Pero todo esto tan sólo como primera aproximación. Si nos detenemos aquí abocamos a un nuevo carácter del mito actual de la ciencia: su autonomía. Y, sin embargo, como veremos a continuación, la ciencia no es autónoma. En este sentido había que decir que en realidad ni es un instrumento para conseguir objetivos dados, ni tampoco un generados puro de objetivos, sino más bien algo así como un instrumento para generar valores, es decir para justificar objetivos. Con ello entramos de lleno en el apartado siguiente.

3.         Autonomía y primacía de la ciencia. 

Trataremos aquí un último aspecto de la actual mitología de la ciencia. En términos generales podríamos denominarlo el mito de la autonomía. En realidad, sin embargo, este mito tiene dos componentes: la idea de la autonomía de la ciencia estrictamente dicha y la idea (que va siempre, de una forma u otra, conectada con la anterior, aunque no se reduzca a, ni se deduzca de ella) del poder determinante de la ciencia con respecto a otras esferas de la vida social.

Para entender lo que se quiere decir cuando se habla de autonomía, hay que partir de la distinción entre factores internos y externos de la ciencia, o de alguna otra distinción parecida como aspectos lógicos y aspectos empíricos (psíquicos, sociales, etc.). El mito de la autonomía se asienta sobre la concepción de que los factores internos, lógicos, son los únicos relevantes para comprender lo que podría denominarse la "esencia" de la ciencia y de su desarrollo. Por lo tanto, la filosofía de la ciencia sólo atenderá a tales factores y así concebirá a la ciencia y a su desarrollo como algo autónomo, independiente, como una realidad con una lógica propia. Pero no hace falta remitirse a filósofos de la ciencia para topar con este mito de la autonomía: las referencias a la historia y al desarrollo actual de la ciencia que se encuentran en manuales escolares o en informaciones periodísticas abundan en él. Por otra parte el culto al "genio científico", mucho más palpable, no es sino el reverso de la misma mitología.

 Por lo que respecta al pretendido poder determinante de la ciencia sobre otros aspectos de la vida social (a lo que aludimos en el encabezamiento de este apartado con la expresión "primacía de la ciencia"), se trata de una concepción igualmente mítica que sorprendentemente suele acompañar al mito de la autonomía. Sorprendentemente, pues, lo menos que podría pensarse es que si la ciencia es tan autónoma con respecto a los componentes de la estructura y la historia de la sociedad, debería ocurrir también que, con respecto a ellos, la ciencia fuera irrelevante. Si de hecho no sucede así, es porque tras la concepción de la autonomía de la ciencia  se oculta con frecuencia la concepción idealista de la sociedad, en la cual las ideas –que en principio deberían considerarse como un producto, o al menos como un subsistema del sistema social- aparecen en realidad como el motor y el origen de aquélla. De todas las maneras no es fácil, como veremos a continuación, mantener de forma coherente estos dos mitos (autonomía y primacía o poder determinante de la ciencia).

Utilizando terminología del materialismo histórico, podemos decir que para localizar a la ciencia en la estructura social caben dos soluciones: o bien considerarla como parte de la superestructura, o bien considerarla como parte de la infraestructura o base de la sociedad. Parece que para dar cuenta del hecho de que la ciencia es una forma de pensamiento, esta constituida por conceptos, teorías, ideas, etc., habría que situarla en la superestructura. Pero entonces, en buena lógica, no podría considerarse como una realidad autónoma ni menos aún determinante. Por otra parte, si se incluye en la infraestructura, podrá dotársele de un carácter autónomo y determinante, pero perderá su característica de ser una forma de pensamiento para pasar a ser una fuerza productiva más o menos ciega, para quedar en último término reducida a la técnica y la industria.

 Para este dilema se han dado en la actualidad dos intentos de solución. El primero vinculado a una concepción idealista de la ciencia y la sociedad. El segundo supone una concepción mecanicista (mecanicismo) de la que lo menos que se puede decir es que ésta cuajada de confusiones y abocada continuamente al idealismo o la incoherencia. Como ejemplo de la primera postura podemos considerar, una vez más, al racionalismo crítico de Popper. Como ejemplo de la segunda, la idea de la revolución científico-técnica y sobre todo la filosofía "tecnocratita" que de ella se deriva y que presenta diversas versiones, tanto  optimistas como pesimistas, y a su vez tanto de carácter socialista como capitalista.

 La solución del racionalismo crítico es, en el fondo, la más clásica y la más acorde con cierto sentido común que resulta ser en realidad bastante idealista. Se trata de postular que las ideas que mueven a los hombres son el dato fundamental para entender la acción de éstos y que la historia es el resultado de tal acción. En consecuencia el conocimiento científico y su desarrollo –autónomo- son fundamentales para entender la acción de los hombres (los hombres actúan según el conocimiento que tienen de las situaciones) y por consiguiente para comprender la historia humana. Pero de esta forma se desprecia por completo el hecho de que el conocimiento está inserto a su vez en contextos sociales e históricos concretos cuyo estudio nos permite incluso –mal que le pese a Popper[20]- llegar a conocer algo sobre le futuro de la propia ciencia. Y así es como, en último término, el mito de la autonomía y primacía de la ciencia, en sentido popperiano entra en contradicción con los resultados del propio conocimiento científico que nos proporciona la sociología de la ciencia.

 El mito de la revolución científico-técnica parte en cierto modo de postulados completamente contrarios. En principio supone una concepción materialista: la ciencia se considera como una actividad teórica, si, pero ligada a la industria a través de la tecnología.

El dato empírico que apoya esta concepción es lo que ha dado en llamarse "tercera revolución industrial", cuyas notas más importantes son la aparición de la automación          del proceso productivo de la vinculación estrecha que se ha impuesto entre el desarrollo científico, desarrollo tecnológico y desarrollo industrial. El fenómeno es relativamente resiente: ha adquirido su máxima importancia a partir de la segunda guerra mundial con la aparición de disciplinas como la cibernética, la teoría de la información, etc.; y el desarrollo de la electrónica aplicada al cálculo, a la programación, etc. Otros fenómenos externos que permiten localizar esta nueva configuración son perfectamente analizables en términos cuantitativos: la aceleración del ritmo de crecimiento de la ciencia  constatada a través del análisis de la producción bibliográfica, del incremento de la población científica, etc.; fenómenos éstos ampliamente estudiados por la sociología y sociometría de la ciencia[21].

En la versión de la revolución científico-técnica la autonomía de la ciencia viene justificada, en cierto modo, como un aspecto de la autonomía de las fuerzas productivas de una sociedad. Se considera, en efecto, que la ciencia es una fuerza directamente productiva.

            A partir de aquí el carácter determinante de la evolución de la ciencia con respecto a la evolución de la sociedad se justifica de forma bastante fácil. No se tratará ya que los conocimientos científicos condicionen la acción de los hombres, agentes de la historia, sino más radicalmente, de que la revolución científico-técnica opere una trasformación en las condiciones materiales que en último término determinan las formas de la vida y la acción de los hombres en las sociedades. A partir de aquí, sin embargo, caben diversas interpretaciones sobre le sentido de esta influencia de la ciencia en la historia. Tanto interpretaciones pesimistas (la creación de un mundo tecnológico que oprime y "unidimensionaliza" al hombre.) como optimistas la revolución científico-técnica liberará al hombre[22], bien sea en le sentido de que le proporcionará un mayor bienestar sin necesidad de un cambio profundo en la estructura social, bien en el sentido de que impondrá necesariamente una transformación de tal estructura en una dirección socialista. Aquí tomaremos como paradigma de este mito la revolución científico-técnica de versión (que además nos parece la más interesante y respetable) optimista y socialista del equipo de R. Richta[23].

            Los puntos débiles de la ideología de la revolución científico-técnica radican, por una parte, en la concepción que en ella se mantiene sobre las relaciones entre ciencia y técnica. Por otra parte, en la concepción de las relaciones entre ciencia-técnica y actividad industrial.

            Históricamente el origen de ésta ideología tecnocrática (al menos en su versión socialista actual) radica en la sociología de la ciencia que ha puesto claramente de manifiesto los condicionamientos sociológicos de la ciencia en su desarrollo, condicionamientos tanto internos (límites de su crecimiento, etc.) como externos (dependencia con respecto a los presupuestos para investigación a la necesidad de la industria, etc.). En cualquier caso ha dejado en claro que la ciencia es una parte de la estructura social en la que influyen decisivamente factores no lógicos, no ideales, sino, por     decirlo así, materiales: ha puesto, pues, de manifiesto el carácter que solemos llamar institucional de la ciencia. Ahora bien, para pasar de la constatación de la realidad social de la ciencia (Bernal) a la idea del carácter socialmente determinante de la ciencia (Richta) hay que dar un salto en el vació: el salto que supone pasar de la concepción de la ciencia como parte de la superestructura cultural a la concepción de la misma como parte de la infraestructura[24].  El salto se pretende justificar consagrando como nota  esencial del actual pensamiento científico su vinculación con la tecnología. Pero de esta forma nos vemos enfrentados a un nuevo dilema. La relación ciencia-técnica se puede entender en un doble sentido: o bien la técnica no es más que una aplicación de la ciencia (entonces se puede mantener la autonomía de la ciencia, pero sólo se puede justificar su primacía en la sociedad desde un esquema idealista similar al del racionalismo crítico), o bien la ciencia se reduce ala técnica (y entonces la ciencia no es autónoma, sino que viene a ser un sistema de racionalización dominado por el desarrollo técnico que a su vez dependerá de las necesidades de la industria y por lo tanto la ciencia habrá perdido su primacía). Dejamos al lector la tarea de comprobar por cuál de los cuernos del dilema opta de hecho el equipo de Richta, aunque personalmente pensemos que jamás salen de las astas del toro, sino que todo su discurso ideológico consiste en un continuo debatirse dentro de ellas.

            Nos parece que la única forma de evitar las ambigüedades y dar cuenta al mismo tiempo de la realidad institucional de la ciencia es volver al primitivo espíritu de la sociología. Según éste, la ciencia será una parte de la superestructura social; en cuanto tal estará determinada en última instancia por la base de la sociedad;  por consiguiente no es autónoma ni determinante de           la evolución social. Esto nos lleva a replantear el modelo de lo que podrían ser las relaciones entre ciencia, técnica e industria en la sociedad actual.

            Para ello, hay que partir desde una constatación importante y que pertenece también por entero a este complejo fenómeno llamado revolución científico-técnica: el hecho de que la investigación científica esté en gran parte promovida y financiada por la industria. Este dato hace que en el sistema industrial se subvierta de forma radical la lógica de la investigación científica y de su aplicación tal como las veíamos reconstruidas en los esquemas del apartado anterior. En efecto, dentro de tal sistema, la tecnología no aparece en realidad como la búsqueda y construcción de las condiciones C que a luz de T  permiten obtener A. En este esquema el punto de partida era T y A y el resultado tecnológico era C. En la lógica de la investigación científica y técnica industrial el punto de partida en realidad es A y un conjunto dado y restringido de condiciones empíricas (Cr) que se desean aplicar para conseguir A. El objetivo de la investigación científica financiada por la industria es descubrir o inventar una teoría restringida Tr que permite obtener A dentro del conjunto de condiciones Cr. Por poner un solo caso muy actual: la industria de producción de energía está interesada en conseguir el objetivo A de aumentar la producción de electricidad abaratando los costes propios (y con desatención total al posible coste social de la operación), para lo cual desea que el objetivo A se logra en las condiciones restringidas Cr que implican la utilización de la red de distribución y de las materias primas controladas por la compañía en cuestión. En consecuencia, tal industria financiará las investigaciones de teorías Tr relacionadas con la construcción de centrales nucleares, por ejemplo, en vez de financiar proyectos sobre cuestiones relacionadas con la creación de generadores solares. Las diferencias entre este esquema y el esquema ideal de la aplicación tecnológica se aprecian en forma gráfica:





El segundo esquema pone claramente de manifiesto que la creación de teorías, la investigación científica, no es algo autónomo. Tampoco, por consiguiente, primordial en la dinámica social.

Para completar lo dicho sobre la autonomía y la primacía de la ciencia conviene discutir algunas cuestiones. La primera sobre las relaciones entre la industria y la ciencia. El esquema que acabamos de proponer es válido para la investigación científica industrial. Pero no implica que la ciencia en general se reduzca a la ciencia industrial y que, por lo tanto, la investigación científica toda haya de interpretarse en función de ese esquema. No lo implica, pero no porque nos veamos obligados a admitir una esfera no institucional de la ciencia (una ciencia "verdadera", autónoma, etc.), sino porque no hay ninguna razón para pensar que la institución "industria" sea la única institución social. Esto no es cierto históricamente porque la ciencia como fenómeno cultural es en cualquier caso (bien sea que se remonte su constitución al mundo griego o al mundo moderno) bastante anterior a la aparición de la economía industrial. Y no lo es ni siquiera en los tiempos actuales de la llamada "tercera revolución industrial", porque aún ahora siguen existiendo aspectos de la vida social que no pueden reducirse, sin más, a la lógica lineal de la producción. Por una parte subsisten instituciones –como las universidades en muchos casos- que no acaban de encajar bien en la máquina de la industria. Por otra parte –y esto es lo más importante- , el funcionamiento de la producción industrial está lejos de ser coherente: al tiempo que se desarrolla conforme a su propia lógica, desarrolla también instituciones y nuevas configuraciones sociales que entran en contradicción con el sistema de producción. Todas estas esferas de la sociedad, no reducibles a la lógica interna del sistema, son también factores sociales relevantes para la producción del pensamiento científico. La más importante de ellas, muy señalada por los teóricos socialistas de la revolución científico-técnica, pero en general mal aprovechada por ellos[25], es la llamada proletarización del científico o del intelectual, es decir la creación de una fuerza social nueva, con su propia configuración y su incidencia específica sobre la estructura social. A otro nivel, la independencia específica sobre la estructura social. A otro nivel, la independencia y el desarrollo de los pueblos del tercer mundo supone igualmente la instauración de nuevas figuraciones culturales en las que la ciencia  puede adquirir diferentes formas de desarrollo. Esto no significa, pues, que la ciencia no dominada por el sistema de producción industrial sea una ciencia autónoma e "ideal", sino más bien que está determinada en diverso grado por otras esferas de la estructura social.

La otra cuestión que queremos tratar brevemente se refiere a la relación entre nuestro esquema de la investigación científica industrial y el esquema anterior de la contrastación de teorías. A propósito de este último veíamos como la ciencia podía ser generadora de valores y normas. Ahora puede parecer que el esquema de la investigación se orienta en dirección contraria, en la medida en que la construcción de C no es una imposición de T, sino que C es más bien una condición restrictiva para la investigación de T. Los objetivos, las normas, los valores vendrían, pues, dados de antemano. Ahora bien, la contradicción entre los dos esquemas es sólo aparente, porque en realidad cada uno de ellos se mueve en un nivel diferente. El esquema de contradicción es le esquema de un proceso de justificación de conocimientos científicos. El esquema de la investigación es un esquema de producción de conocimientos científicos. Lo que resulta de asumir ambos a la vez, cada uno en su nivel, es precisamente lo siguiente: una cosa es el mecanismo de producción de objetivos en una sociedad, otra el mecanismo de su justificación. Pues bien, la ciencia, a la luz del esquema de contrastación aparece como un generador de valores, es decir, como un justificador de objetivos. Pero los objetivos son propuestos (o producidos) por la sociedad (o, si se prefiere, por los individuos integrados en instituciones sociales).

NOTAS:

________________________________________

[1] Sólo que al revés, pues si la doctrina medieval era un expediente para que la filosofía de la facultad de artes no se viera ahogada por la prepotencia teológica, la pasión de los teofilósofos actuales por demarcar, delimitar, separar su campo del de la ciencia no es si no una reacción defensiva frente a esta.

[2] Tal es la idea que con frecuencia ha defendido A. García Calvo o el mismo Fernando Savater (el pensamiento negativo: del vacío a los mitos).

[3] Dogmatismo en el cual –dicho sea de paso- se parecen mucho al positivismo aquellas filosofías que, por otra parte, "desprecian cuando ignoran", es decir, la ciencia

[4] El ejemplo esta inspirado en otro que expone Feyerabend en "how to be a good empiricist."

[5] En  mi artículo Notas para una teoría postanalitica de la ciencia he expuesto ya esta tesis y el papel que debe jugar en una teoría de la ciencia como la del cierre categorial de G. Bueno.

[6] Me complace constatar a este respecto la inspiración de Feyerabend encuentra para su critica de la metodología (cf. Contra el método) en los textos políticos de gentes como Lenin, Trotsky y Cohn-Bendit.

[7] Y naturalmente, hoy por hoy, esta metodología quizá también tenga que ser "por parcelas": he ahí una salida para el replanteamiento de las diferencias entre ciencias sociales y naturales.

[8] Así, por ejemplo, M. Bunge en Ética y ciencia, por citar sólo el más accesible.

[9] Cf. mi artículo Formalismo y epistemología en la obra de Kart Popper.

[10] Véase W. O. Quine en Desde un punto de vista lógico, especialmente el capítulo "Dos dogmas del empirismo".

[11] Popper lo afirma así en Sobre el carácter de la ciencia y la metafísica, en El desarrollo del conocimiento científico, 215 s., pero sobre todo sus discípulos, como por ejemplo J. Hagáis en The nature c scientific problems and their roots in metaphysics.

[12] Esto justifica una vez más la interpretación que en otras partes he dado de Popper (un moderado) como básicamente positivista. Cf. mi Idealismo y filosofía de la ciencia, especialmente el capítulo I.

[13] Véase a este respecto, aparte de Ética y ciencia de Bunge, el trabajo reciente de C. París: "El reconocimiento de la pluralidad como progreso moral" en el prólogo a Ciencia y cultura. La unidad de la ciencia y la diversidad de las culturas, Symposium de la UNESCO, Madrid (en prensa).

[14] En este sentido hay que entender la concepción holista de Quine. La misma tesis subyace en la crítica que hace Feyerabend de lo que el denomina el dogma empirista de la invariancia del significado.

[15] Cf. M. Bunge, Foundations of physics.

[16] Cf. M. Bunge, Method, model and matter y ¿Es posible una metafísica científica? También M. A. Quintanilla, Notas sobre "la metafísica en el horizonte actual de las ciencias del hombre" de J. Gómez Caffarena.

[17] J. Muguerza es una de las personas que más se ha preocupado de estudiar y relativizar la famosa dicotomía entre el es y el debe. A sus trabajos debo una buena cantidad de inspiraciones para lo que aquí estoy diciendo.

[18] Entre las obras que insisten en la necesidad de investigar las reglas del lenguaje desde una óptica wittgensteiniana está el serio trabajo de J L Blasco, Lenguaje, filosofía y conocimiento aunque dudo que su autor (explícitamente no lo afirma) esté dispuesto a pasar de las reglas a los valores como aquí postulo.

[19] Un tratamiento amplio y matizado de todos estos esquemas en M. Bunge, La investigación científica, especialmente la parte III.

[20] Mal que le pese porque la negativa a aceptar este carácter determinado de la evolución del conocimiento está en la base del argumento que Popper propone como demostración de la imposibilidad de la predicción histórica, argumento que es, por otra parte, la más clara expresión de la concepción idealista de la primacía de la ciencia. Cf. el prólogo de La miseria del historicismo. Bunge es mucho más cauto en este respecto, Cf. La investigación científica, 645 s.

[21] Cf. J. M. López Piñero, El análisis estadístico y sociométrico de la literatura científica y D. J. S. Price, Hacia una ciencia de las ciencias.

[22] C. Paris ha expresado bien esta tensión inherente al concepto de técnica en Mundo técnico y existencia auténtica, aunque parece que al final predomina en él una especie de optimismo tecnológico, si bien propuesto como proyecto desde una postura humana y, en este sentido, nunca libre de cierto dramatismo.

[23] Cf. R. Richta, La civilización en la encrucijada y Progreso técnico y democracia.

[24] No hago aquí sino reproducir la interesante observación de J. Marcelo en "Ciencia, técnica y estructuras", en La revolución científico-técnica.

[25] Una expresión sería la atención casi exclusiva que a este fenómeno presta Comunicación en su introducción al libro de Richta, Progreso técnico y democracia.

 

Permalink :: Comentar | Referencias (0)

Programas de investigación científica

Por Episteme - 18 de Septiembre, 2007, 13:00, Categoría: Filosofía de la ciencia

Una metodología de los

programas de investigación científica

Imre Lakatos

 

"He analizado el problema de la evaluación objetiva del crecimiento científico en términos de cambios progresivos y regresivos de problemáticas para series de teorías científicas". Estos cambios se dan en los P. I. C. el programa consiste en reglas metodológicas: algunas nos dicen las rutas de investigación que deben ser evitadas (heurística negativa), y otras, los caminos que deben seguirse (heurística positiva). Incluso como conjunto la ciencia puede ser considerada como un enorme programa de investigación dotado de la suprema regla heurística de Popper "diseña conjeturas que tengan más contenido empírico que sus predecesoras".

a.      La heurística negativa: el "centro firme" del programa

Todos los programas de investigación  científica pueden ser caracterizados por su centro firme. La heurística negativa del programa impide que apliquemos el Modus Tollens[1] a este "centro firme"; por el contrario, debemos utilizar nuestra inteligencia para incorporar e incluso inventar las hipótesis auxiliares que formen un cinturón protector en torno a ese centro, y contra ellas debemos dirigir el Modus Tollens. El cinturón protector de hipótesis auxiliares debe recibir los impactos de las contrastaciones y para defender al centro firme, será ajustado y reajustado e incluso completamente sustituido.

En un programa de investigación podemos vernos frustrados por una larga serie de "refutaciones" antes de que alguna hipótesis auxiliar ingeniosa, afortunada y de superior contenido empírico, convierta a una cadena de derrotas en lo que luego se considerará como una resonante historia de éxitos, bien mediante la revisión de algunos hechos falsos o mediante la adición de nuevas hipótesis auxiliares. Por tanto hay que exigir que cada etapa de un P. I. C. incremente el contenido de forma consistente, que constituya un "cambio de problemática teórica consistentemente progresivo".

b.      La heurística positiva: la construcción del "cinturón protector" y la autonomía relativa de la ciencia teórica

La heurística positiva consiste en un conjunto parcialmente estructurado, de sugerencias o pistas sobre cómo cambiar y desarrollar las "versiones refutables" del programa de investigación, sobre cómo modificar y complicar el cinturón protector refutable.  La heurística positiva del programa impide que el científico se pierda en le océano de anomalías. La heurística positiva establece un programa que enumera una secuencia de modelos crecientemente complicados simuladores de la realidad.

En los programas de investigación se habla de modelos, un modelo es un conjunto de condiciones iniciales (posiblemente en conjunción con algunas teorías observacionales) del que se sabe que debe ser sustituido en el desarrollo ulterior del programa, e incluso cómo debe ser sustituido (en mayor o menor medida).

La heurística positiva es más flexible que la heurística negativa; esta avanza casi sin tener en cuenta las refutaciones, así, podemos además evaluar a los programas incluso después de haber sido eliminados, en razón de su poder heurístico, la metodología de los P. I. C. explica la autonomía relativa de la ciencia teórica,  esto no es aceptado por los falsacionistas ingenuos que mantienen que siempre que una teoría quede refutada por un experimento es irracional y deshonesto continuar desarrollándola, "la vieja teoría refutada debe ser sustituida por una nueva no refutada.

c.      Dos ilustraciones: Prout y Bohr [2]

Presenta el ejemplo de Prout, como un programa que de investigación que progresa a través de un océano de anomalías y el programa de Bohr que progresa sobre fundamentos inconsistentes.

Algunos de los P. I. C. más importantes de la historia de la ciencia estaban injertados en programas más antiguos con relación a los cuales eran claramente inconsistentes. Pero la consistencia debe continuar siendo un principio regulador importante, si la ciencia busca la verdad, debe buscar la consistencia; si renuncia a la consistencia, renuncia a la verdad. Pretender que debemos ser modestos en nuestras exigencias, que debemos resignarnos a las inconsistencias continuas sigue siendo un vicio metodológico. Esto no significa que el descubrimiento de una inconsistencia debe frenar inmediatamente el P. I. C.,  puede ser racional poner en programa en una "cuarentena temporal".

Con relación a un programa existen dos posiciones extremas e irracionales: 

1.      La posición conservadora: consiste en frenar el nuevo programa hasta que se solucione de algún modo la inconsistencia básica con relación al programa antiguo: pues es irracional trabajar sobre fundamentos inconsistentes. 

2.      La posición anarquista: con respecto a los programas injertados consiste en exaltar la anarquía de los fundamentos como una virtud y en considerar la inconsistencia débil, bien como una propiedad básica de la naturaleza o como una limitación última del conocimiento humano.

 

Pero Lakatos alaba una posición racional al respecto del tratamiento que debe darse a un programa injertado, para el caso expone el ejemplo de Newton:

"La mejor caracterización de la posición racional es la actitud de Newton, la posición racional es explorar su poder heurístico sin resignarse al caos fundamental sobre el que se está construyendo" se muestra así que el cambio progresivo puede suministrar credibilidad y una racionalidad a un programa inconsistente... además que en la mayoría de los casos no necesitamos refutaciones para saber que una teoría requiere una sustitución urgente.

La dialéctica de los P.I.C. no es necesariamente una serie alternante de conjeturas especulativas y refutaciones empíricas. La interacción entre el desarrollo del programa y los frenos empíricos puede ser muy diversa; la pauta que se cumpla en la realidad sólo depende de accidentes históricos.

 

d.      Un nuevo examen de los experimentos cruciales: el fin de la racionalidad instantánea

Sería equivocado suponer que se debe ser fiel a un P.I.C.  hasta que éste ha agotado todo su poder heurístico, que no se debe introducir un programa rival antes de que todos acepten que probablemente ya se ha alcanzado el nivel de regresión.   Es necesario mencionar que de hecho los P.I.C. pocas veces han conseguido un monopolio completo y ello sólo durante períodos de tiempo relativamente cortos, a pesar de los esfuerzos de algunos. La historia de la ciencia ha sido y debe ser la historia de los P.I.C.  que compiten o si se prefiere de paradigmas, pero no ha sido ni debe convertirse en una sucesión de periodos de ciencia normal (Kuhn); cuanto antes comience la competencia mejor, el "pluralismo teórico" es mejor que el  "monismo teórico" sobre este punto  tiene razón Popper y Feyerabend y está equivocado Kuhn. 

Frente a la pregunta ¿cómo son eliminados los programas de investigación? ; Lakatos dice: "tal razón objetiva la suministra un programa rival que explica el éxito previo de su rival y le supera mediante un despliegue adicional de poder heurístico".  Para entender esta apreciación es necesario entender el concepto de "novedad fáctica", pues esta en relación con la capacidad de predecir un hecho nuevo sólo puede apreciarse cuando ha transcurrido un largo espacio de tiempo.

"Esto indica que no podemos eliminar un programa de investigación en crecimiento simplemente porque por el momento, no ha conseguido superar a su poderoso rival, no deberíamos abandonarlo si constituyera un cambio progresivo de la problemática... mientras un programa pueda ser reconstruido racionalmente como un cambio progresivo de problemática, debe ser protegido durante un tiempo de su poderoso rival establecido.

De los ejemplos establecidos por el autor (Lakatos), en los subtítulos d1, d2, d3, sólo se hará mención a la crítica contra los "experimentos cruciales":

Sólo un proceso extremadamente difícil e indefinidamente largo puede establecer la victoria de un programa sobre su rival; no siendo prudente utilizar la expresión "experimento crucial" de forma apresurada. Se busca plantear la ausencia de experimentos cruciales instantáneos;  pues a ello se adiciona  una nueva dificultad "las enormes dificultades que existen para decidir exactamente qué es lo que aprendemos de la experiencia, qué es lo que ésta nos prueba y qué es lo que refuta".

d4.  Conclusión: El requisito de crecimiento continuo

Los experimentos cruciales no existen, al menos si nos referimos a experimentos que puedan destruir instantáneamente a un programa de investigación, un científico apresurado puede pretender que su experimento derrotó a un programa, pero si un científico del campo derrotado propone unos años más tarde una explicación científica del experimento supuestamente crucial, acorde con el programa derrotado, el titulo de "experimento crucial" puede ser retirado y convertirse en una nueva victoria del programa "derrotado".  Por tanto las teorías de la racionalidad instantánea constituyen un fracaso, la racionalidad funciona con mayor lentitud de lo que tendemos a pensar y además de forma falible.

Esta exposición implica un nuevo criterio de demarcación entre ciencia madura, que consiste en programas de investigación y ciencia inmadura que consiste en una remendada secuencia de ensayos y errores. La ciencia madura consiste en P.I.C. que anticipan no sólo hechos nuevos sino también y en un sentido importante, teorías auxiliares nuevas. Este requisito de crecimiento continuo es la reconstrucción racional del requisito, extensamente aceptado, de "unidad" o "belleza de la ciencia".

Lakatos comparte con Popper "la actitud dogmática de aferrarse a una teoría durante tanto tiempo como sea posible tiene una importancia considerable. Sin ella nunca podríamos descubrir qué hay en una teoría, abandonaríamos la teoría antes de haber tenido una oportunidad real de descubrir su poder y consiguientemente ninguna teoría sería nunca capaz de desempeñar su función de poner orden en el mundo, de prepararnos para acontecimientos futuros, de llamar nuestra atención hacia acontecimientos que de otro modo nunca observaríamos"

Continúa Lakatos "yo miro la continuidad de la ciencia a través de unas gafas popperianas; donde Kuhn ve paradigmas (socio-psicológico), yo veo también "programas de investigación" racionales", en esta última apreciación "racionales" está pensando en Popper.

 

 



[1] Esta regla denominada también el Tollendo Tollens, la cual denotamos por TT, establece que dado un condicional y la negación de su consecuente, podemos concluir la negación de su antecedente

p  entonces  q   (premisa 1)

-q                      (premisa 2)

-p                      (conclusión)

 

[2] En este apartado por tratarse de ejemplos de la ciencia física no haré una síntesis del mismo, me limitare a extraer las ideas que puedan constituir herramienta lógica y metódica para el análisis de la contabilidad que es el tema que  nos compete.

Permalink :: Comentar | Referencias (0)

Fundamentos de Filosofía de la Ciencia

Por Episteme - 18 de Septiembre, 2007, 12:41, Categoría: Filosofía de la ciencia

SEMINARIO DE EPISTEMOLOGÍA

LUZ, Maracaibo, 2003


En Díez, José y Moulines, C. Ulises (1999):

Fundamentos de Filosofía de la Ciencia.

Barcelona: Ariel. Pp. 27-33


Panorama sucinto de la historia de la filosofía de la ciencia

En sentido estricto, la filosofía de la ciencia, como disciplina filosófica específica y sociológicamente identificable, es relativamente joven, se origina en el cambio de siglo y se asienta definitivamente en el período de entreguerras. Sin embargo, en un sentido más amplio, la filosofía de la ciencia es tan antigua como la filosofía misma. Uno de los principales fenómenos objeto de la reflexión filosófica casi desde los inicios de la filosofía es el conocimiento humano. Ahora bien, parece hoy día generalmente admitido que el conocimiento humano encuentra su máxima expresión en el conocimiento científico, el cual, aunque especialmente importante a partir de la Revolución Científica del siglo XVII, ya estaba presente en algunas de sus formas en la Antigüedad (especialmente geometría, astronomía y estática). Este conocimiento científico fue objeto de especial atención en una reflexión de "segundo orden" ya en algunos pensadores griegos, principalmente en Aristóteles. A él se debe la primera concepción del método axiomático en general, como modo de sistematizar el conocimiento científico, concepción que luego fue aplicada (con ligeras variantes) por Euclides a la geometría y por Arquímedes a la estática.

No podemos exponer aquí la historia de la filosofía de la ciencia con mínimo detenimiento, tarea que exigiría por sí misma un tratado de la misma extensión, sí no más, que el presente. Aquí sólo podemos señalar muy someramente los hitos más sobresalientes en el desarrollo de nuestra disciplina (para un estudio más detenido, aunque todavía abreviado, de toda su historia, cf. Losee, 1972; para la historia reciente, cf. p.ej. Brown, 1977 y Echeverría, 1989). Por lo demás, una porción considerable de la evolución de temas, corrientes y autores a partir de la Segunda Guerra Mundial se tratará con detalle, aunque sin pretensiones historiográficas, en diversas partes de esta obra (cf. especialmente caps. 7 a 10 y 12).

El advenimiento de la llamada "Revolución Científica" (no discutiremos aquí la pertinencia o no de esta denominación), fenómeno cultural cuyos inicios pueden fecharse con los trabajos de Simon Stevin en mecánica y Johannes Kepler en astronomía, a principios del siglo XVII, y cuya conclusión puede verse en la síntesis newtoniana al final del mismo siglo, proporcionó pronto material científico suficiente como para que algunos pensadores, ya fueran ellos mismos científicos practicantes o no, se pusieran a reflexionar sobre lo que ellos u otros hacían al hacer ciencia empírica. Las cuestiones de método pasaron al primer plano de esta reflexión, siendo la pregunta fundamental: ¿cuáles son las reglas que determinan el buen método de investigación científica? Por eso podemos caracterizar estos primeros conatos de una reflexión de segundo orden sobre la ciencia como una filosofía principalmente normativísta. El tratado más sistemático, divulgado e influyente de metodología científica en esta época fue el Novum Organon de Francis Bacon, cuya concepción puede considerarse precursora de una curiosa combinación de la metodología inductivista con la hipotético-deductivista en el sentido actual. Bacon no fue en rigor un científico profesional, sino precisamente alguien que hoy día consideraríamos como un especialista en filosofía de la ciencia. Pero también algunos de los grandes campeones de la ciencia del momento dedicaron una porción considerable de su esfuerzo intelectual a la reflexión de segundo orden sobre lo que ellos mismos estaban haciendo. Los dos casos más notables son René Descartes e Isaac Newton, ambos impulsores del método axiomático en física. De manera explícita y sistemática formuló Newton su metodología general bajo el título Regulae Philosophandi (o sea "Reglas para filosofar", donde `filosofar' significa aquí "hacer investigación empírica"), al principio de la Tercera Parte de su obra cumbre, los Philosophiae Naturalis Principia Mathematica. Estas Regulae pueden entenderse como un "mini-tratado" de filosofía de la ciencia.

Si la actitud normativista es lo que caracteriza estos primeros conatos de la filosofía de la ciencia en el siglo XVII, en cambio, en el siglo siguiente, cuando la idea general de una ciencia matemático-experimental ya estaba bien establecida, es más bien el punto de vista descriptivista el que predomina en los estudios sobre la ciencia. Ello es particularmente manifiesto en los enciclopedistas, especialmente D'Alembert y Diderot. Se intenta dar aquí una visión sistemática y de conjunto de las diversas disciplinas científicas y sus interrelaciones.

En contra de lo que a veces se supone, no hay una filosofía de la ciencia verdaderamente tal en los empiristas británicos del siglo XVIII. Lo que hay en ellos es una teoría crítica del conocimiento humano en general, la cual tiene implicaciones para la filosofía de la ciencia sólo en la medida en que ciertos temas muy generales de la filosofía de la ciencia son también temas de la teoría del conocimiento (por ejemplo, percepción, causalidad, inducción) y en el sentido de que si se cuestiona toda forma de conocimiento humano, ello obviamente también tiene consecuencias para la forma específicamente científica del mismo. De hecho, las filosofías de Berkeley y Hume no planteaban tesis precisamente constructivas con respecto a la ciencia establecida de su tiempo: Berkeley no creía en la relevancia de la matemática para el conocimiento empírico, y Hume no creía ni en la causalidad ni en la inducción; pero precisamente estos tres elementos, matematización, causalidad e inducción, constituían los pivotes de la síntesis newtoniana (y no sólo de ella).

La filosofía de la ciencia no recibe un nuevo impulso hasta finales del siglo XVIII con la obra de Immanuel Kant. La filosofía trascendental kantiana (especialmente en sus planteamientos de la Crítica de la Razón Pura y los Fundamentos Metafísicos de la Ciencia Natural) representa un hito importante en la "protohistoria" de nuestra disciplina y ello no sólo por su influencia en las discusiones posteriores hasta bien entrado el siglo XX, sino también porque es el primer ejemplo histórico de lo que hemos denominado antes un modelo interpretativo de la ciencia, una metateoría sistemática de las teorías científicas. En efecto, Kant se encuentra ya con dos teorías bien establecidas, la geometría euclídea como teoría del espacio físico y la mecánica newtoniana como teoría del movimiento, y se pregunta por la estructura esencial que "se esconde" detrás de estas teorías; quiere establecer lo que hace comprensible por qué ellas proporcionan conocimiento genuino de la realidad empírica, aun siendo tan altamente abstractas o "ideales". La teoría kantiana de los juicios sintéticos a priori, de las categorías del entendimiento y de las formas puras de la intuición (espacio y tiempo) puede verse como una propuesta de interpretación general de aquello que es esencial en el conocimiento científico, y que está paradigmáticamente contenido en la geometría y la mecánica. La respuesta kantiana en sus rasgos específicos probablemente ya no sea aceptada hoy día por ningún filósofo de la ciencia. Sin embargo, ella marcó la pauta de la discusión de una serie de temas y conceptos que han jugado un papel central en la filosofía de la ciencia de la época contemporánea (relación teoría-experiencia; función de las matemáticas en la ciencia empírica; carácter de las regularidades nómicas; naturaleza de la causalidad, del espacio y del tiempo; ...).

De los filósofos del idealismo alemán posteriores a Kant no puede decirse propiamente que hicieran contribuciones significativas a la filosofía de la ciencia, al menos tal como entendemos ésta hoy en día. Más bien se trató en ellos, sobre todo en Hegel y Schelling, de una filosofía de la naturaleza, es decir, una especulación filosófica directa (de "primer orden") sobre la realidad empírica, basada en sus propios sistemas metafísicos. En realidad, estos filósofos se mostraron muy escépticos, cuando no abiertamente opuestos, al espíritu de la ciencia empírico-matemática moderna, tal como ella se desarrolló a partir del siglo XVII. Con cierta benevolencia, podría verse en sus especulaciones el intento de formular un programa alternativo al de la ciencia moderna, proyecto que al final condujo a un callejón sin salida.

La filosofía de la ciencia como explícita reflexión de segundo orden sobre la ciencia retorna vuelo en la primera mitad del siglo XIX con la obra de Auguste Comte, el fundador del positivismo. Dentro de la clasificación general de enfoques que hemos presentado más arriba cabría considerar el enfoque comtiano como primordialmente descriptivista: se trata de presentar la totalidad de las disciplinas establecidas de su tiempo dentro de un esquema jerárquico general, tanto en perspectiva sincrónica como diacrónica. Ahora bien, de su descripción general de lo que considera el estado de la ciencia de su época, Comte saca también algunas consecuencias normativas acerca de cómo hacer "buena ciencia", que posteriormente iban a tener bastante influencia en los practicantes mismos de algunas disciplinas, como la medicina y las ciencias sociales. Un enfoque parecido puede verse en otro autor de mediados del siglo XIX, John Stuart Mill, en quien, sin embargo, la problemática metodológico-normativa iba a jugar un mayor papel, y a tener una influencia posterior más profunda, que en el caso de Comte.

Los planteamientos kantianos, que habían quedado eclipsados por largo tiempo, retoman con vigor a finales del siglo XIX y principios del XX, con una serie de corrientes, escuelas y autores que, aunque muy distintos entre sí, toman su fuente de inspiración más de Kant que del positivismo inmediatamente anterior, y con ello elaboran enfoques más bien interpretativos (metateóricos) en el sentido apuntado más arriba. Los filósofos de la ciencia más obviamente influidos por Kant fueron, por supuesto, los neokantianos, con Ernst Cassirer a la cabeza, quienes trataron de compaginar del mejor modo posible los principios de la teoría kantiana original con los nuevos desarrollos de las ciencias, especialmente de la física. Pero, además de los neokantianos, a esta época pertenecen una serie de autores que, aun siendo más o menos críticos (a veces radicalmente críticos) de Kant, retomaron las preocupaciones y el modo de encarar los problemas de éste y elaboraron sus propias metateorías en el sentido de modelos acerca de la estructura esencial del conocimiento científico, sobre todo de la física. De esta plétora de enfoques aquí sólo podemos mencionar unos pocos, aquellos que mayor influencia tuvieron en la filosofía de la ciencia posterior: el "pseudo-kantismo" empirista de Hermann von Helmholtz, el convencionalismo de Henri Poincaré, el instrumentalismo de Pierre Duhem, el pragmatismo de Charles S. Peirce y el empirio-criticismo (quizás sería más adecuado calificarlo de "operacionalismo radical") de Ernst Mach. Aunque existen profundas discrepancias entre estos pensadores, tienen, no obstante, un indudable "aire de familia". Por las preocupaciones, intereses y objetivos que comparten, puede considerarse a estos autores uno de los puntales para la formación, en la generación inmediatamente posterior, de la filosofía de la ciencia tal como la entendemos hoy día como disciplina relativamente autónoma. (Otros pensadores importantes en este proceso de gestación de la disciplina, a los que sólo podemos aludir aquí, son Herschel, Whewell, Jevons, Hertz y Campbell).

El otro gran puntal para la constitución de nuestra disciplina fue la lógica moderna, establecida de nuevo cuño por Gottlob Frege en el último cuarto del siglo XIX, y que iba a ser consolidada y propagada por los Principia Mathematica de Bertrand Russell y Alfred N. Whitehead a principios del siglo XX. Como parte de este otro puntal habría que incluir, en realidad, no sólo la lógica en sentido estricto, sino la filosofía de la lógica y las investigaciones sobre fundamentos de las matemáticas iniciadas en esa época por los propios Frege y Russell, pero no sólo por ellos, sino por muchos otros autores, entre los que cabe mencionar a David Hilbert y Ludwig Wittgenstein.

Sobre estos dos puntales -el del contenido de los temas y planteamientos, debido a los físicos-filósofos de fines del XIX y principios del XX, y el del método, debido a los lógicos y fundamentadores de las matemáticas- se constituye, inmediatamente después de la Primer Guerra Mundial, la nueva disciplina de la filosofía de la ciencia. Ello es obra principalmente (aunque no exclusivamente) de dos grupos de investigadores que iban a causar un impacto duradero y profundo no sólo en el desarrollo de la filosofía de la ciencia, sino en el de la filosofía en general para el resto del siglo: el Círculo de Viena, con Moritz Schlick, Rudolf Carnap y Otto Neurath como figuras señeras, y el Grupo de Berlín, con Hans Reichenbach a la cabeza. En este período, que duró aproximadamente hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial y al que, de manera bastante laxa, suele subsumirse bajo el epíteto de "positivismo lógico" o "empirismo lógico", se establecieron los temas principales de la filosofía de la ciencia y sobre todo el modo de abordarlos. Por ello puede considerarse esta fase como el período constituyente o "germinal" de la actual filosofía de la ciencia, a pesar de las innumerables y a veces agrias controversias que tuvieron lugar (tanto con los adversarios de la filosofía de la ciencia así entendida como entre los propios representantes de la misma) y de que la casi totalidad de las tesis sustantivas sostenidas entonces (como el verificacionismo, el fenomenalismo, el fisicalismo y el sintactismo) han sido rechazadas posteriormente.

A este período constituyente siguió, después de la Segunda Guerra Mundial y hasta mediados de los años sesenta, lo que suele calificarse como período clásico de nuestra disciplina, en el que se acuña y desarrolla lo que se conocerá como la Concepción Heredada(`Received View'). En él se articularon de manera definitiva muchos de los conceptos, problemas y análisis que siguen presuponiéndose hoy día. Además de los ya citados Carnap y Reichenbach, que siguen haciendo aportaciones importantes e influyentes (sobre todo el primero, pues el segundo morirá apenas iniciado este período), los autores más destacados son Karl R. Popper, Carl G. Hempel, Herbert Feigl, Nelson Goodman y Ernest Nagel. El extenso tratado de este último, La Estructura de la Ciencia, de principios de los sesenta, representa la síntesis más completa de la filosofía "clásica" de la ciencia. Por supuesto que, en muchos aspectos, tanto de contenido como de forma, esta filosofía de la ciencia puede considerarse hoy en día como "superada"; no obstante, su trasfondo conceptual y temático está presupuesto, de manera implícita o explícita, en los enfoques posteriores y resulta imprescindible para comprender y valorar cabalmente estos últimos. Ninguna persona seriamente interesada en la filosofía de la ciencia actualmente puede permitirse desconocer los elementos esenciales de las aportaciones de dicho período, aunque sólo sea para "refutarlos". Por lo demás, a pesar de todas las "superaciones" y "refutaciones" posteriores, hay una serie de resultados y conceptos característicos de esta época que pueden considerarse sólidamente establecidos y que no pueden pasarse por alto en un estudio mínimamente completo de la disciplina. Tanto los elementos controvertidos o superados de la filosofía clásica de la ciencia, como los resultados firmemente asentados de la misma, constituyen buena parte del contenido de este libro, especialmente los caps. 3, 7, 8 y 12.

Sobre las contribuciones de los enfoques posteriores a la filosofía clásica de la ciencia nos extenderemos en los capítulos 7, 9, 10, 12 y 13. Aquí indicaremos sucintamente sus rasgos más sobresalientes. Aparte de ciertos desarrollos colaterales, en la filosofía "posclásica" de la ciencia pueden identificarse dos líneas claramente distinguibles: por un lado, la corriente historicista, y por otro, las concepciones llamadas frecuentemente semánticas, aunque quizás sería más propio calificarlas de modeloteóricas o representacionalistas (ninguna de estas denominaciones es completamente apropiada, pero de momento no disponemos de otras mejores; quizás algún futuro historiador de las ideas logre forjar una clasificación más adecuada). Estas dos líneas tienen orígenes y motivaciones muy diferentes, pero no por ello son necesariamente incompatibles; como veremos en diversas partes de esta obra, en el caso de algunos enfoques particulares de una y otra línea (como el kuhniano y el estructuralista) puede hablarse de un acercamiento o principio de síntesis. Por otro lado, e independientemente de su diferente origen e intereses, ambas líneas se caracterizan en buena medida por su vocación de ruptura, por su oposición a una serie de elementos, diferentes en cada caso, considerados esenciales de la concepción clásica. En la corriente historicista, la oposición es mucho más manifiesta y genera abierta polémica; en los enfoques semánticos la oposición es más sutil, pero en algunos de sus aspectos igual de radical, si no más. Sin embargo, y sin negar los elementos reales de crítica profunda presentes en estas nuevas orientaciones, la ruptura es menos drástica de lo que a veces se pretende; los elementos de estas nuevas concepciones que provienen de la etapa clásica son, incluso en el caso de los historicistas, más numerosos y significativos de lo que con frecuencia se piensa, principalmente respecto del ámbito de problemas abordados y de algunos de los conceptos más básicos utilizados para el análisis.

Por lo que a la revuelta historicista se refiere, aunque en las décadas anteriores hay algunos precursores de la crítica historicista a la filosofía clásica de corte "positivista" (principalmente Ludwik Fleck y Michael Polányi), la corriente historicista se hace fuerte como nueva alternativa a partir de los años sesenta, principalmente con los trabajos de Thomas S. Kuhn, Paul K. Feyerabend e Imre Lakatos, entre los que destaca de modo particular La estructura de las revoluciones científicas de Kuhn, aparecido en 1962. Estos trabajos se autoconciben (y así son también interpretados por el público interesado) como una "rebelión" contra la filosofía de la ciencia establecida, tanto en su vertiente "carnapiana" como en la "popperiana". El principal y más explícito reproche que estos autores hacen a la filosofía clásica de la ciencia estriba en que ésta no se tomara la historia de la ciencia en serio y que, en consecuencia, presentara una imagen muy pobre, totalmente inadecuada, de la dinámica del conocimiento científico.

El énfasis puesto en la relevancia de los estudios historiográficos para la filosofía de la ciencia parece ir aunado, en los autores historicistas, con un desprecio total por el uso de métodos formales en nuestra disciplina. Por ello se ha calificado a veces a la filosofía historicista de la ciencia como una filosofía "anti-formalista" por oposición a la filosofía "formalista" clásica. Sin embargo, esta divergencia es menos significativa de lo que puede parecer a primera vista. Por un lado, no todos los autores o enfoques importantes dentro de lo que hemos dado en llamar filosofía clásica de la ciencia hicieron uso sistemático de métodos formales; por ejemplo, dos de los más característicos tratados de dicha filosofía, La lógica de la investigación científica de Popper y La estructura de la ciencia de Nagel (que suelen considerarse como objetivos de ataque por parte de los historicistas), apenas utilizan alguna formalización. Por otro, no todos los autores historicistas se mostraron tajantemente adversos a los métodos formales. Si bien Feyerabend se declara explícita y enfáticamente antiformalista, Kuhn y Lakatos, por su lado, no rechazan por principio la oportunidad de la formalización en ciertos contextos, sino sólo el modo específico en que sus adversarios "clásicos" lo hicieron.

Más significativa es otra divergencia con la filosofía clásica de la ciencia que, aunque planteada de manera más implícita que explícita, iba a resultar a la larga más profunda: los historicistas proponen una noción intuitiva de teoría científica mucho más compleja, que pone de manifiesto el carácter excesivamente simplista del concepto de teoría común tanto a carnapianos como a popperianos (cf. cap. 9); esta innovación es la que se encuentra muchas veces tras polémicas aparentemente centradas en otras cuestiones (cf. cap. 12 §5).

Esta última es también la objeción más fuerte y explícita que hace la otra línea de la nueva filosofía de la ciencia, la de las concepciones semánticas o modeloteóricas: la idea clásica de tomar las teorías científicas simplemente como sistemas axiomáticos de enunciados es demasiado primitiva e inadecuada a la complejidad estructural de las teorías. Con esta crítica general está emparentada otra de carácter más particular, pero no menos importante: la escasa importancia que revisten en la filosofía clásica de la ciencia los estudios de casos, es decir, el análisis y la reconstrucción detallados de ejemplos reales de teorías científicas. Por ello, es característico de las concepciones semánticas (si no de todas, al menos sí de una gran parte de ellas) el haber dedicado una gran porción de sus esfuerzos al análisis muy detallado de teorías concretas, al menos mucho más que la corriente clásica, y también que la historicista.

Esta línea es en parte anterior y en parte posterior a la línea historicista. En realidad, aún menos que la filosofía clásica de la ciencia y que la historicista, puede hablarse aquí de una concepción unitaria. Se trata más bien de una familia muy difusa de enfoques. Sus raíces comunes están en los trabajos de reconstrucción de teorías de Patrick Suppes y sus colaboradores (especialmente Ernest W. Adams) en los años cincuenta y sesenta. Éstos inspiraron la emergencia del estructuralismo metateórico de Joseph D. Sneed y Wolfgang Stegmüller en los años setenta y del empirismo constructivo de Bas van Fraassen en los años ochenta. A esta familia pueden asignarse también los trabajos de Frederick Suppe y Ronald Giere en EE.UU., del grupo polaco alrededor de Marian Przelecki y Ryszard Wójcicki, y los de la Escuela Italiana de Toraldo di Francia y Maria Luisa Dalla Chiara, todos emergentes más o menos por las mismas fechas. A pesar de las considerables diferencias que existen entre estos enfoques en cuanto a intereses, métodos y tesis sustantivas, su "aire de familia" les proviene de que en ellos juega un papel central la idea de que las teorías científicas, más que sistemas de enunciados, consisten en sistemas de modelos, en cuanto que estos últimos son representaciones conceptuales (más o menos idealizadas) de "pedazos" de la realidad empírica (de ahí la denominación semánticas o modeloteóricas o representacionales para estas concepciones). Y, a diferencia de los historicistas, estos enfoques no ven ninguna dificultad en el uso de instrumentos formales en el análisis de las teorías científicas: al contrario, su reproche a la filosofía clásica de la ciencia no es que ésta haya usado (a veces) métodos formales, sino que los utilizados (en lo esencial, la lógica de primer orden) eran demasiado primitivos y por ello inapropiados a la tarea; conviene utilizar porciones "más fuertes" de las ciencias formales: teoría de modelos, teoría de conjuntos, topología, análisis no-estándar, teoría de categorías, etc.

Carecemos todavía de la suficiente perspectiva histórica para presentar una evaluación mínimamente ajustada de los desarrollos en la filosofía general de la ciencia de los últimos años. Concluiremos este breve recuento histórico señalando solamente lo que, al menos a primera vista, parecen ser rasgos notorios de la situación actual. Por un lado, la filosofía historicista de la ciencia parece haber dado todo lo que podía dar de sí, al menos como propuesta de metateorías generales. Ella parece haber desembocado, o bien en una pura historiografía de la ciencia, o bien en un sociologismo radical de corte relativista y frontalmente adverso a cualquier teorización sistemática (que no sea sociológica). En cambio, los enfoques de la familia semanticista han seguido desarrollándose y articulándose como metateorías generales de la ciencia; una tendencia que parece cada vez más fuerte dentro de al menos parte de esa familia estriba en combinar la línea modeloteórica general con conceptos y métodos de las ciencias cognitivas y de programas computacionales de simulación. Asimismo es notoria la proliferación cada vez mayor de estudios de casos, es decir, de interpretaciones y reconstrucciones de teorías particulares de las diversas disciplinas, inspiradas de modo implícito o explícito en las metateorías generales, pero que también pueden llevar a una revisión de estas últimas. Se trata en lo esencial, pues, de un desarrollo acelerado de lo que más arriba hemos caracterizado como filosofía especial de la ciencias, la cual, como hemos advertido, no es tema de este libro.

 

Permalink :: Comentar | Referencias (0)

Otros mensajes en 18 de Septiembre, 2007